La literatura no está exenta de la pintura o la música. Leer Apuntes Perdidos es como contemplar esbozos del paisaje de Iquitos y de su gente, retratos casi impresionistas que nos obligan a tomar cierta distancia para poder apreciarlos mejor. Ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Pero la distancia precisa no es la misma para todos, cada lector debe hallar la que más le conviene. Los capítulos de Apuntes Perdidos, en su mayoría, describen, pero también sugieren, con finales abiertos que nos hacen pensar en lo que pudo ser más que en lo que fue.
El nombre de Iquitos nos trae a la mente de inmediato una ciudad luminosa y cálida, paisajes coloridos, comidas exóticas y movimiento incesante, sobre todo en la noche. Una urbe nororiental que puede ser sinónimo de turismo, aventuras y diversión, poblada por personajes variopintos, nativos y turistas, que entretejen sus vidas con afanes disímiles. Como Elias Canetti con Las voces de Marrakech, o Edgar Lee Masters con su Antología de Spoon River, Marco Antonio Panduro-Gonzales, iquiteño él mismo, busca captar las diferentes voces de Iquitos, pero la suya no es una evocación idealizada, todo lo contrario. No persigue embellecer de modo alguno a sus personajes, más bien los retrata con cierta impiedad, mostrándonos su condición humana sin maquillaje literario alguno. Su desencanto es el nuestro y tal pareciera decirnos que en todas partes se cuecen habas y que no hay peor experiencia que sentirse extraño en la propia ciudad que lo vio nacer. Tal vez no en vano algunas fuentes adjudican a Iquitos el significado de “ciudad lejana”.
Para hallar su verdadero sitio en el mundo, algunos deben viajar, mientras que otros apenas salen alguna vez de su entorno cotidiano. Panduro-Gonzales ha probado el amargo sabor del regreso y tras un tiempo en el cual intenta encajar, concluye que debe volver a Lima. Tal vez allí esté su verdadero lugar.
Pero en ese periodo que retorna a Iquitos y que le sirve para esbozar estos apuntes, hay encuentros y desencuentros que le servirán igualmente para configurar su propio perfil; y desarrollará actividades, como la de vigilante o profesor, que le permitirán adentrarse en una sociedad de luces y sombras, donde muchas veces los rostros a su alrededor no reflejan su verdadera naturaleza. El amor, el sexo, la amistad se manifiestan casi siempre de manera superficial, pobre o pasajera, dejando en el autor un cierto sabor nostálgico o amargo. El descontento con la sociedad o con el Estado son evidentes.
Sin embargo, si en algo nos sorprende gratamente, es su hábil empleo de las expresiones propias de los lugareños, palabras y modismos que no carecen de música y enriquecen la experiencia verbal, como llamar “huambras” a las deliciosas jovencitas o “guarapear” a la ingesta de licor. Son esos musicales momentos del lenguaje los que nos hacen desear conocer ese mundo con mayor interés.
Panduro-Gonzales empieza el primero de sus apuntes con una cita del famoso poema “Ítaca” de Constantino Kavafis: “Pide que el camino sea largo, que muchas sean las mañanas de verano en que llegues –con qué placer y alegría– a puertos nunca vistos antes”. Pero conviene recordar, para concluir este comentario, los versos finales del mismo poema:
Aunque pobre la encuentres, Ítaca
no te ha engañado.
Así, rico en saber y vida como has vuelto, entenderás ya qué significan las Ítacas.
Iquitos es, sin duda, una de aquellas Ítacas a las que alude el poema.