Ataque sorpresa
Quique, un joven de veinte años, anda por el barrio de La Perla, Callao. En el óvalo se encuentra con Cuquín, ambos se saludan con miradas conspiradoras. Una camioneta de ocho asientos los recoge y se van con toda la mancha hacia el barrio de Mirones.
Araña y Joselo se encuentran con toda su collera en casa, son alrededor de veinte jóvenes, no mayores a los veinticinco años. Machete en mano, la pasta en el aire, narices sucias y mente obnubilada. El círculo social delincuencial de donde han salido estos sujetos se refleja en sus ojos y en sus lágrimas secas, llenas de rabia y desentendimiento.
La camioneta se detiene repentinamente frente a la casa de Joselo, Quique tiene una botella en la mano, mete un trapo en ella y lo prende con su encendedor. Una bomba molotov revienta en el cuarto de Joselo y la Araña sale con toda la mancha. El Gordo Faita recibió ocho puñaladas mientras disparaba su arma contra la camioneta de Vicky, ella recibió un impacto en el hombro, pero aun así lanzó otra molotov. Joselo salía por la ventana, cuando recibió el impacto en el pecho y se incendió de cuerpo entero. Pancho sacó su arma, pero Vicky lo apuñaló para quitársela, y con ella, el canguro lleno de municiones. Entonces fue una masacre.
Con los ojos en blanco, disparaba a diestra y siniestra. Quique y Cuquín estaban detrás de ella, y veían a los que salían de la casa, ser alcanzados por las balas. Los mató a todos, Vicky no la dudó ni un segundo en ensañarse contra todo lo que se moviese. Entonces, se le acabaron las balas.
Francotirador
El Viejo, donde pone el ojo, pone la bala. Un asesino asueldo de la línea roja del hampa que cumple su rol de sicario entre los cárteles que manejan las extorciones y drogas en la capital, ese es el viejo. Así es como, la cabeza de Cuquín acabó en la puerta de Quique, cinco años después. Quique entonces cedió a la demencia y se armó hasta los dientes.
El Viejo hacía su mercado, allá en Barranco, alejado de todo ese mundo, quería pasar piola sin pagar por sus pecados. Un renegado de las fuerzas armadas, que cedió ante la corrupción del dinero manchado por sangre, había engendrado un hijo.
Esos dos, se habían criado solos, no tenían familia más que ellos mismos, y sin Cuquín, Quique no sabía qué hacer. Su venganza era su única motivación, tomar la vida del Viejo en sus manos, como él tomó la de su hermano. Vicky tendrá que esperar.
Se coloca en un edificio abandonado, al borde de un cuarto piso, puede divisar el mercado. El Viejo está ahí, lo ha estado siguiendo, ya se debe haber dado cuenta, no quiere esperar más, a la mierda entonces. No dejaba de disparar, los cuerpos caen, los gritos parten el alma, el caos de una confusión en una repentina hecatombe viste de luto el barrio. Ya va, Vicky.
Karma
El paso del tiempo, borra de la memoria los actos viles de los que salen impunes algunos, aparentemente, afortunados. Así lo creyeron Quique y Vicky cuando se mudaron a Ayacucho hace más de veinte años. El retiro no es opción para los criminales, jamás he visto cosa alguna como un delincuente retirado, aunque cabe aclarar, que un delincuente rehabilitado es otra historia diferente, pero las viejas mañas siempre laten en el pulso del criminal.
Me parece, en cierto modo, que la herencia delincuencial de una generación a otra, es propicia dentro de los círculos sociales jactados por esta mala praxis que, normalizan sectores de la población enajenados de la moral y auto – marginados por un instinto autodestructivo.
El desarrollo trae cosas positivas, sí que sí, pero del mismo modo debe traer cosas negativas. Me refiero a “cosas”, como quien utiliza un término corriente para generalizar aspectos materiales de una sociedad en desarrollo. Una sociedad que, gracias a su actividad pujante y laboriosa, pudo salir del abandono del estado, pero a su vez se sumió en la ilegalidad. Una sociedad en una zona liberada y manejada por el narcotráfico.
En esa cantina, les dieron la noticia. Su hijo estaba muerto, lo habían colgado frente a su casa. Vicky y Quique fueron a una trampa de donde sólo salió Quique. En el hospital, paralizado del cuello para abajo, Quique llora haber visto a su hijo desmembrado por facciones narcoterroristas con las cuales se había mezclado. A Vicky le fue peor, hicieron que vea cómo ultrajaban a su mujer una y otra vez hasta torcerle el cuello. Lo golpearon hasta quebrarle la espalda, y su cuerpo fue tirado en las orillas del río N para que sobreviva.
Circulo vicioso del odio
Es el noúmeno del fenómeno en la raíz del odio humano, lo que me desconcierta al ver el mundo desde el rencor. La ira que se vuelve implacable al verse adornada de pasión y enceguecida por el ego, puede llegar a ser involuntaria.
¿Es el odio parte del amor, como el bien parte del mal? ¿Es el mal que hay en el bien, similar al odio que hay en el amor? ¿Somos acaso una cadena de aciertos y errores, guiados por el espectro emocional que nos abstrae de la lógica? ¿Uno actúa por impulso, o realmente existe el libre albedrío?
Estas preguntas se me vienen a la mente a la hora de reflexionar sobre estos círculos viciosos del odio. El odio se hereda en una sociedad curtida por el odio, el rencor arquetípico de un sector social dejado a su suerte, regido por un círculo económico delincuencial que, sólo engendra muchos marginales, y pocos resilientes.
El haber nacido en una sociedad que, sólo está habituada a estar al margen de la ley, y salir delante como popularmente se dice “en tu ley”, es algo paradójico y de hecho, es de donde salen los mejores especímenes humanos de la sociedad moderna. El odio sólo atrae más odio, actuar de manera correcta, desaprendiendo lo que se le ha enseñado en una instancia primordial, es romper ese espiral continuo del círculo vicioso del odio, es terminar la danza más triste de la existencia humana.