
Si alguien no ha pisado Iquitos jamás, o si lo ha hecho como un turista preso del itinerario impuesto por las agencias de turismo y sus “tours”, y no ha tenido oportunidad de conocer su historia viva, una parte importante de esta ciudad en medio de la selva amazónica peruana –sin fecha de fundación oficial– es el conocido puerto y mercado de Belén; el populoso barrio flotante indesligablemente soldado a la historia de la ciudad de Iquitos.
Belén, imágenes de una historia viva (Tierra Nueva, 2021) es el trabajo conjunto de Percy Vílchez Vela, conocido poeta, ensayista y escritor amazónico; y Fabricio Linares, artista visual, oriundo de Belén. Un libro álbum que reúne texto y fotografía sobre la también conocida “Venecia loretana”.
En algún momento del tiempo, Iquitos dejó de ser una aldea, y como consecuencia del Boom del Caucho, la primacía de la iglesia sobre su rol de prédica dio paso a un grupo de potentados señores enriquecidos sobre la extracción de materias primas y la explotación, y una serie de descarríos sin freno en contra de los nativos, castigos que iban desde latigazos, el cepo o ser quemados, violaciones a mujeres, rapto de niñas, entre otras aberraciones. De ahí que Belén esté unido como un cordón umbilical al pasado cauchero de la ciudad de Iquitos.
Dato curioso el que se lee en el libro, Iquitos y sus medidas absurdas de una pequeña oligarquía, como señala Vílchez, donde «no se admitía la petición de limosnas, tampoco se soportaba el ejercicio de la caridad pública». Escribe: «Cuando los pordioseros comenzaron a aumentar debido a la instalación de más fundos, el crecimiento del comercio y la conexión con otros lugares, se creó una entidad para combatir la extrema pobreza de los pordioseros. Era el llamado padrón de los indigentes donde cada individuo dedicado a la mendicidad era empadronado para tener sus datos al día. Era una manera de enfrentar ese flagelo que arriba hasta nuestros días. Los probos ciudadanos de ese tiempo, los civilizados moradores de esa época creyeron ingenuamente que bastaba con prohibir la mendicidad» (p. 43).
Belén es “una población estática”, a decir de Vílchez, pero también cuya población recibe una mirada folklórica y turística, al ras, instantánea. Estática en su progreso, o dinámica en reversa por su retraso y condiciones de vida.
En realidad, el libro no pretende poner a la luz el lado conocido de Iquitos, la plaza de Armas, el boulevard y el malecón, ni narrativa ni fotográficamente. El libro álbum, no abunda en fechas pues pareciera que el propósito fuera dar un pantallazo rápido para ilustrar a los afuerinos, y el trabajo en el sentido de significancia correspondiera a Linares. Así, los textos de Vílchez Vela nos hacen volver al pasado para entender la génesis de este barrio sui géneris, y el rol presente lo toma Fabricio Linares a través de las imágenes.
Manida frase de que «Una imagen vale más que mil palabras». Las fotografías funcionan como un pasaje de un mundo paralelo, en este caso, en un intento por describir las imágenes que a nuestro parecer contienen más valía las fotografías en grises.
El editor de Tierra Nueva, Jaime Vásquez, cree que estas han sido tomadas a través del lente de un belenino que entiende su dinámica cotidiana –no solo la de un fotógrafo–, las horas más adecuadas, los momentos propicios. ¿A qué hora se fotografía mejor Belén?, era una pregunta. Pues, en diferentes momentos, era la respuesta de Linares. Y si bien, como confiesa el mismo editor, estas imágenes han sido hechas por encargo, Fabricio Linares ha sido el fotógrafo al que se le ha concedido todas las licencias del caso.
Es interesante ver cómo el lente de Linares captura a una niña en cuclillas sobre una plataforma de tablones, bañándose junto al río, y este primer plano contrasta con un elemento añadido a voluntad inconsciente de la protagonista de la imagen: un frasco de shampoo, producto venido desde la modernidad y cuya presencia se contrapone al olvido y a la amnesia y a su mediocre, casi tenue presencia, del Estado peruano en este populoso y mítico barrio.
El fotógrafo Linares se ha encargado además de mostrarnos ranas de colores encendidos, insectos extraños que creemos que viven selva dentro y que se encuentran en Belén. Una suerte de sucursal de lo que sucede en el bosque y su vida silvestre. Una más; una fotografía a doble página, un cartel de una cerveza extranjera que es el telón de fondo para un niño que sonríe a la cámara. Y el agua, indesligablemente el agua del río, del Itaya al que los chapoteos de todo niño belenino se siente atraído.
En Belén se vive el día a día. No hay futuro. Solo el presente es lo que importará. Solo el futuro importará y sus proyecciones y sus planes si la venta diaria de pescados, de hortalizas, de frutas oriundas, de carne de monte, ha superado las expectativas de los días idénticos y ha habido –que es solo una exageración– un “superávit” en esta venta diaria.
Hoy mismo, escribiendo estas líneas en un bistrot cosmopolita y lleno de turistas nacionales y extranjeros, en medio de cierta fastuosidad, herencia de una bella casona cauchera frente al malecón, ingresan niños desarrapados a pedir limosna, o a vender caramelos que pocos compran porque está bien extendido que sus padres, o quienes los crían, generalmente, los mandan a realizar estos oficios para antojo propio, unos tragos, unas botellas de cerveza, si la caridad ha funcionado bien. Claro, hay que comer primero y también. Belén, de hecho, es una historia viva y recurrente, y trágica, que sonríe.
Porque la particularidad la pone en relieve y en detalle Fabricio Linares. Hay sonrisas. Hay miradas de niños que reflejan alegría dentro de la precariedad de este mundo que ya lleva nombre de distrito hace un par de décadas. “Distrito de Belén”. Hay miradas concentradas de mujer “componiendo” un pescado. El rostro de un paseante que es la de un vendedor ambulante en su patrullaje diario de venta de alfeñiques.
Discrepamos con la afirmación categórica signada por Percy Vilchez de que nada, hasta ahora, nada importante se haya escrito sobre Belén. Es más posible que haya poca biografía y además de no ser esta escasamente de masas. Y si se ha escrito lo han hecho otros, los foráneos. Pero, aunque no se crea, dentro de este mundo apretado, marginal y periférico, que ahora se asocia –en los tiempos antiguos eran las hojas de palma de irapay las que cubrían las casas y palafitos–, a poco románticos techos de calcinantes calaminas, como los califica, D.W. Walker, un escritor y aventurero norteamericano que pasó sus últimos años en Iquitos.
Pero lo que menos existe es la voluntad de que la gente se detenga a conocer Belén desde el mundo vivencial y el de la interacción, pues resulta paradójico que siendo Belén el lugar de aprovisionamiento que recibe a pescadores, agricultores y toda suerte de proveedores de carnes, granos, legumbres, hortalizas, y productos de pan llevar “exóticos”. En verdad, la flora y fauna “exótica” de la selva se dan cita aquí –acarahuazús y carachamas, taperibás y toronjas, aguaje y camu-camu, plátanos verdes y yucas, carne de lagarto y de carachupa; ubérrima tierra indomable, pareciera decirnos– que abastecen hoteles, cafés y restaurantes de alta categoría en el centro de la ciudad, se haya hecho poco o nada por mejorar sus condiciones de vida. De alguna manera, abandonados a su suerte.
Ahora bien, existe un discurso muy extendido que afirma que Belén es ingobernable como la selva misma. Belén fluye como las estaciones y los caprichos de la selva y de sus ríos impredecibles. Por eso resulta también llamativo y alentador que Fabricio Linares, el fotógrafo de esta publicación, haya salido desde las entrañas de Belén.
Gianfranco Annichini –el director italiano que nos dejó esa joya de documental intitulada Radio Belén– declaró en algún momento que su perspectiva de lejanía, de foráneo, le facilitaba mirar con evidencia elementos que a los ojos peruanos pasaban por alto, desapercibidos. Quizá habrase referido a la mirada costeña. A nuestro juicio, el lente de Linares, claro, en tiempos digitales, es similar al de Annichini, o lo que está delante del lente –diferenciándose, eso sí, de la textura analógica y de vintage del cineasta, y del lenguaje sonoro del documental filmado cuarenta años atrás–. Entonces, no es que las miradas cambien en este caso. Será que Belén permanece inmutable y renovable como la vida misma.