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QUEBRADURA. BREVARIO DE VIAJES

Por Marco Antonio Panduro

Quebradura. Breviario de viajes (Tierra Nueva, 2021) a primera impresión podría ser catalogado como un libro de ensayos, un libro de ensayos que se ocupa de temas amazónicos. Lo es. También es una suerte de bitácora de libros que guardan relación histórica y literaria con la floresta. Desfilan mucho autores. Tampoco es su propósito hacer un listado sinsentido de estos. A nuestro parecer la composición del texto ha fluido así, como la de un viajero que se deja llevar por las localías. Es además una guía, una recomendación de un voraz y comprometido lector a quien el acto de la lectura le es algo intrínseco y vital. Quebradura es un libro sobre la aventura de leer y sus sensaciones, pero en clave amazónica como propone su mismo autor.

Entre la narrativa novelística previa, Miguel Donayre ha escrito Estanque de ranas (2006, 2007), Archipiélago de sierpes (2009) y El búho de Queen Gardens Street (2011), en las que se relata el drama cauchero desde diferentes puntos de vista. En 2012 estas novelas se presentaron bajo la trilogía El insomnio del perezoso. Ese mismo año vio la luz la novela Fulgor de luciérnagas sobre una muerte violenta ocurrida en el parque natural Pacaya-Samiria. En 2014 publicó la novela Turbación de manatíes sobre la violencia política en la selva norte de Perú. Como puede verse, hay una coincidencia y preocupación temática entre sus novelas y el ensayo que nos ocupa comentar.

En Quebradura. Breviario de viajes, su autor ha establecido tres cánones a fin de dar en las teclas que compongan un acorde tónico ensayístico: memoria histórica del caucho, ecología, y escritura de márgenes que se teje en esta vasta zona de contacto. Breve acápite, Miguel Donayre hará poco uso de términos como “Amazonía” o el más genérico, “selva peruana”. Como lo confiesa, a su parecer: marjal, montes, palustre o manigua reflejan más la realidad geográfica de una extensa zona de bosques tropicales y sus complejidades que unen a territorios brasileños, colombianos y peruanos, principalmente.

En clara paráfrasis de la frase de Adorno «Después de Auschwitz ya no está permitido escribir poesía», el capítulo ¿Se puede escribir después del Putumayo? reflexiona en pared con hechos históricos y sus actores que tuvieron un rol preponderante en estas dos barbaries, símiles, aunque una bastante menos difundida, conocida y discutida que la otra, de las que se extraigan lecciones: Auschwitz y el Putumayo:

«Es una herida abierta, en el sentido que no se ha reflexionado lo suficiente, que esta magulladora no ha cicatrizado. Bajo esta singlatura no se puede seguir en la ruta de cantar a la naturaleza virgen, el esplendoroso río que la selva se inclina a su paso, ni para perdernos en el bosque frondoso, enumerando fútilmente a los insectos que revolotean en los árboles como un barbado ornitólogo con rostro de despistado que se vanagloria descubriendo nuevas especies. No. La escritura después de lo sucedido en el Putumayo no debería olvidar estos hechos como tampoco quedarse impávida bajo una pasmosa culpa». p. 97.

Pues, además, de sus ribetes poéticos –a lo largo del libro, la prosa es sobria y sólida–, el párrafo termina siendo una hecho incontestable y muy acorde a nuestros tiempos.

En estudios dedicados al episodio del Caucho la lista de abusos y barbaridades es larga y repetida. Quebradura. Breviario de viajes no está exenta de dar muestra de ello. Cuenta que «en las malocas indígenas, los más viejos, contaban historias». Continúa: «Es importante recordar que escuchar es una forma de lectura, hecho o situación que enardecía a los empleados de la empresa (dedicada a la extracción del caucho) que ordenaban matar a los más viejos, querían dejarlos sin historias, sin relatos». p. 65.

En Quebradura, Donayre Pinedo, sin proponérselo, presenta sus credenciales de ciudadano del mundo, nacido en una parte del marjal llamado Iquitos, y radicado en Madrid, viaja por el globo literaria y vivencialmente para llegar a hechos, lugares y fechas que amplían la cartografía histórica del libro en la Amazonía, no importa si es ciudad de México en 1524, o en Lima en 1584, o en el lejano, perdido y desconocido distrito amazónico de Jeberos, o Moyobamba, la capital de la Región San Martín. Donayre contempla las tumbas de Eustaquio Rivera en Colombia, las de Vallejo y Cortázar en París. Visita el museo de Kafka en Praga. Va a los espacios donde habitó Cervantes. Siempre hay datos. El libro es enjundioso, en verdad. Pero no en datos aislados. Es decir, ¿de qué manera guardan relación con estos territorios, ora su repercusión, ora su influencia los diferentes y frondosos libros citados? Así se establece un diálogo de hechos escondidos o poco conocidos que explican comportamientos colectivos. Por eso para el autor es crucial apelar a la memoria histórica, sin esta la construcción de un futuro estará condenada a su repetición, pues esta se opone a un término acuñado por Zygmunt Bauman, “retrotopía”, que es la idealización del pasado, un pasado que no puede ser idealizado, sino más bien vuelto a traer en sus dimensiones justas y objetivas.

Donayre lanza una cifra que anonada: 86000 libros se publican al mes en todo el mundo. Cada ½ minuto se edita un libro. Puede que el dato resulte risible por la inverosimilitud de la información siguiente, pero las aventuras de El ingenioso don Quijote de la Mancha llegó a la Amazonía peruana, a la Región Loreto, a Iquitos y sus alrededores con un retraso de cuatrocientos quince años. Y esto gracias a la actitud de la misma editorial iquiteña que publicó Quebradura. De no haberse tomado esta iniciativa, hasta ahora estaríamos sumando años a la espera de la obra magna de don Miguel. Pero de alguna manera esta anécdota describe y retrata lo escondido de estos territorios y su desconexión con el resto, nuestra invisibilidad provocada por ser solo un territorio de extractivismos, pero al mismo tiempo a decisión de una invisibilidad voluntaria pero inconsciente por la ignorancia que fisga entre las sombras.

Una pregunta recorre entre líneas sus páginas, una inquietud constante sobre el mundo editorial y su mínimo mercado editorial en la floresta y su anhelo en cuanto a la implementación de bibliotecas. Un diagnóstico poco alentador. Pero el impulso, el acicate del libro parece eso, ir contracorriente a esta realidad (in)mutable. A decir de Donayre, “machacamos”; es decir, insistimos. En su última visita a Lima le pregunté el porqué de nuestras insistencias y preocupaciones en un ambiente tan estéril para la lectura, para la cultura, para la memoria, pese a la frondosidad de sus bosques. «Porque somos tercos», me respondió. «Porfiamos». 

¿La Amazonía puede ser leída de cualquier manera? Requiere de otras sensibilidades y de otras lentes, es la respuesta a la pregunta en el libro. Pero Donayre cambia de lentes, de vez en cuando, porque no olvida su formación de hombre de leyes. Varios hechos en la historia del derecho son puestos en relieve. Así, el caso que se presenta, el litigio de Martina Huansi, en 1905, cuando querella a un tal Juan Ledke por el despojo de su propiedad podría ser un parangón al caso de Máxima Acuña frente a la Minera Buenaventura y compañía. Ella, Martina Huansi, pregunta en el pliego a los testigos: «Digan si es o no verdad, que antes del despojo, durante el despojo y después del despojo el referido Ledke, para usurpar mi derecho dominio y poseción (sic) me ha vejado maltratándome; y que toda vez que voy a mi casa habitación y sementeras de yucas y plátanos […] me amenaza de muerte, encarándome que con mi raza indígena no podré con él». p. 121.

En Dramatis personae ha agrupado hechos en estrecha relación con el pasado cauchero y de la Amazonía. Así por ejemplo figuran años señeros en la historia de la literatura y del mundo, el año de publicación del Corazón de las tinieblas de Josep Conrad, de El libro azul de Roger Casement, La jangada de Julio Verne, entre otros títulos donde la Amazonia es vista desde calidoscopios diferentes, los sociales y literarios, estos desde el exterior.

Pero hay espacio en la línea del tiempo para mencionar la localía de la escritura: Las tres mitades de Ino Moxo de César Calvo Soriano, Mirada de búho y Lo que no veo en visiones de Carlos Reyes y Ana Varela Tafur, respectivamente, ambos renombrados poetas amazónicos y merecedores del Premio COPÉ de poesía. Así mismo se lee una reseña de Inquilinos en la sombra, de Percy Vílchez Vela, otro merecedor del honorable listado de COPÉ, este en narrativa. Y Jorge Najar Kokally, también Premio COPÉ de poesía de quien comenta La Compañía del Alto Putumayo. Autores que se atenderán en columnas individuales en este espacio. Se han sembrado hitos, quizá no lo suficientes porque es tarea hercúlea colectiva. Pero los hitos en la parcela extensa están ahí, visibles.

El símil para Miguel Donayre de la Amazonía es de dialéctica constante donde son convocadas voces de diferentes orillas, a la diversidad de sus gentes. Puede que esta sea la respuesta que comienza a articularse, que para entender este territorio es necesario partir de “la diversidad de sus gentes”. 

Me circunscribo a las coordenadas loretanas y de nuestra experiencia de lector, iquitense por lo demás, pero en la Escuela de Literatura, de la Facultad de Educación, y en la Facultad de Derecho de la UNAP, y en las facultades de Agronomía y Forestales –no todo es técnica, sino también conciencia– debería de incluirse la lectura de este libro de funciones polivalentes, si cabe el término y la analogía. Y si la Amazonia continúa siendo en pleno siglo XXI todavía una incógnita, para el resto del Perú, el aporte de Quebradura. Breviario de viajes –como para ir borrando este signo de interrogación–, está ahí, en sus páginas.