
Cuando he visto imágenes de Nicolás Maduro recibiendo en el Palacio de Miraflores, del monseñor español Alberto Ortega Martín sus cartas credenciales como “nuncio apostólico de la Santa Sede designado ante la República Bolivariana de Venezuela” vino a mi memoria la escena esa, en la virtuosa película de Francis Ford Coppola (que es bueno ver en su nuevo y mejor montaje del 2020) “Mario Puzo’s The Godfather, Coda”, El Padrino III, a 30 años de su estreno, escena en la cual la iglesia católica le impone a Michael Corleone el collar de commendatore que simboliza el éxito de sus esfuerzos para blanquear a su familia mafiosa transitando del negocio de los casinos al inmobiliario; y para eso entra en relación con la curia de Roma que le adjudica ese título caballeresco sufragado por una cuantiosa donación para obras pías.
Las imágenes de Maduro con Ortega mirándose arrobados muestran en clave caribeña y pacharaca la escena de la película mencionada y de inmediato en mi mente la gravitación enorme de las finanzas vaticanas sobre la Real Politik de la Santa Sede.
En la obra de Coppola, que inicia su narración en 1979, las intenciones de Michael Corleone se verán frustradas por la confabulación urdida entre el arzobispo Gilday, el banquero Frederick Keinzig y el capo mafiosi Don Licio Lucchesi, y esa historia culmina, como ocurre en las dos entregas previas de la saga fílmica The Goodfather, con un baño de sangre en el que son asesinados esos tres personajes.
La trama del filme revela en tono dramático lo que corresponde a una historia real, la del Istituto per le Opere di Religione, Instituto para las Obras de Religión (IOR), fundado por Pio XII en 1942 -en plena segunda guerra mundial, cuando tanta oportunidad e interés había respecto de la protección de fortunas generadas por el saqueo nazi de Europa-. Un nombre piadoso para lo que era y es el banco del Vaticano controlado por la alta jerarquía de la iglesia católica. En 2023 el pontífice Francisco ha reiterado el propósito del IOR, de “protección y administración de los bienes transferidos o confiados al Instituto por personas físicas o jurídicas, y destinadas a obras de religión o caridad”. Un dechado de virtud cristiana en este mundo materialista.
De hecho, en la película el arzobispo Gilday transparenta al arzobispo estadounidense Paul Casimir Marcinkus de la vida real, a quien el papa Paulo VI (en el cargo desde 1963) nombró presidente del IOR en 1971 a pesar de que no tenía formación alguna en el sector financiero y sólo por haber sido su guardaespaldas. Resultó sin embargo que Marcinkus era no sólo un buen Cerbero de los ingentes recursos económicos del Vaticano sino el encargado de trasiegos financieros ocultos y sospechosos con el beneplácito papal, al extremo que un año después, a pesar de que el IOR poseía el 52% de otra entidad financiera, la Banca Católica del Veneto, decide ceder el 37% de esas acciones al Banco Ambrosiano dirigido por Roberto Calvi con la mentoría del banquero y especulador financiero Carlo Canesi.
En los años ’70 el Banco Ambrosiano extendió sus operaciones fuera de Italia en Europa, luego en Suramérica y El Caribe. En el Perú, a través del Banco Ambrosiano Overseas Ltda. fundó el Banco Ambrosiano Andino con sede en Lima, y en julio de 1979, durante el gobierno militar de Morales Bermúdez, el directorio del Banco de la Nación, presidido por el banquero arequipeño Álvaro Meneses Díaz, autorizó la compra de acciones del Banco Ambrosiano Holding y la inversión de recursos públicos para formar sedes de esa entidad en América Latina, que financiaron a diversas figuras políticas, por ejemplo a Anastasio Somoza, el dictador de Nicaragua en lucha contra los sandinistas, y a Lech Wałęsa, dirigente sindical y del movimiento anticomunista Solidarność en Polonia, además de trasegar recursos para partidos políticos de las derechas italianas.
En algún momento resultó que al Perú se transferían desde el Ambrosiano importantes cantidades de dinero al Banco de la Nación, agente financiero del estado peruano, que se contabilizaban indebidamente como préstamos y que éste a su vez depositaba en operaciones back to back en el Banco Ambrosiano Andino; un carrusel financiero que fue posteriormente investigado por el congreso peruano, descubriéndose el enriquecimiento doloso de Meneses y allegados. Ante la comisión investigadora, los funcionarios responsables reconocieron e intentaron justificar el pago de 3 millones de dólares por encima del valor de las acciones del Banco Ambrosiano, lo que representaba unos 909 millones de soles –de la época- por encima del valor real de las acciones; la investigación estableció que se había cometido el delito de concusión y en 1984 aprobó la denuncia ante el Ministerio Público, pero los delitos prescribieron y nadie fue penalizado. De lujo.
Volviendo a la madre del cordero, el IOR, hay que señalar sus relaciones con la banca privada. En 1981 Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano, fue detenido en Italia acusado de captar fondos de actividades ilícitas: un caso de lavado de activos causante de escándalo mayúsculo que remeció a Europa y América. De alguna manera Calvi y sus secuaces se las arreglaron para esfumar 1.300 millones de dólares que habrían sido prestados a empresas fantasmas en América Latina y el descubrimiento precipitó el derrumbe del banco comprometiendo el capital del IOR controlado por Marcinkus. El caso, que embarró al IOR salpicando feamente al Vaticano, reveló los nexos del Ambrosiano con el crimen organizado transnacional y peor todavía cuando el banquero italiano Michele Sindona, antes narcotraficante de heroína para la “familia” Gambino, sometido a presión por la justicia estadounidense, reveló vinculaciones con la mafia que involucraban desde hacía muchos años -cuando menos desde 1969- al IOR.
Con actuaciones dignas de los mejores tiempos de los Borgia, la cúpula de la iglesia católica con Paulo VI a la cabeza se esforzó por barrer lodo y sangre bajo las alfombradas estancias vaticanas. Marcinkus fue refugiado en la ciudad-estado pontificia, protegido por inmunidad diplomática; sepultado el escándalo retornó a EE.UU. donde murió disfrutando una vejez apacible el 2006.
No le ocurrió lo que al arzobispo Gilday, personaje de The Goodfather muerto a tiros por un asesino enviado de Vincent Corleone. Pero al banquero Calvi le sucedió algo muy parecido que al personaje Keinszig de la misma película: fugado de Italia y perseguido por los tantos interesados en cobrar con su vida el enorme fraude bancario, su cadáver ahorcado apareció pendiendo del arco del puente Blackfriars en Londres; tenía en sus bolsillos cinco kilos de piedras y ladrillos y 11.700 dólares.
“La realidad imita al arte”, dijo Óscar Wilde. La expresión burdamente podría ser aplicada a las analogías entre la historia ficcional de la última parte de The Goodfather y la historia real del Istituto per le Opere di Religione. El empleo rutilante del aserto de Wilde tendría que recoger un horizonte real y temporal más vasto, el de los vínculos del IOR con la mafia italiana, con otras cuerdas del crimen organizado transnacional y su especial avocación al lavado de activos en beneficio de dictadores y mandatarios corruptos en todo el mundo. Porque las operaciones oscuras de encubrimiento y blanqueo de dineros sucios, a cargo del IOR, no se iniciaron en 1971 con Marcinkus: tenían como precedente la actividad de su asociado el mafioso Sindona desde principios de los ’60 y sus relaciones con Giulio Andreotti, líder de la Democracia Cristiana italiana, a lo que habría que sumar nexos con la logia banquero-masónica-mafiosa Propaganda Due.
Luego, en 1993 el IOR volvió a ser enfocado por los reflectores del escándalo en relación al caso judicial italiano llamado Tangentopolis (del vocablo italiano tangento, que significa soborno, y el sufijo polis: ciudad), un descomunal asunto de corrupción que escaló las cimas pública y empresarial del país y puso en evidencia la participación del gobierno del demócrata cristiano Bettino Craxi, quien fugó a Túnez para no volver. Dos de los imputados, Gabriel Cagliari y Raul Gardini, ambos cuentahabientes del IOR, curiosa, oportuna y convenientemente suicidados, señalaban la relación entre el caso y el banco del Vaticano, que nunca respondió a los exhortos de la justicia italiana para aclarar los cuestionamientos y sólo respondió al Ministerio del Exterior “el IOR no conocía el origen del dinero”, amparándose en el concordato existente que protege a la curia romana de la justicia italiana.
Más tarde, el 2009, ya en el pontificado de Benedicto XVI, siendo Ettore Gotti Tedeschi presidente del IOR, el estado italiano abrió una investigación contra el banco por violar leyes italianas sobre el lavado de activos y hubo la incautación de 30 millones de dólares que el IOR en ningún momento ha cuestionado ni reclamado; Tedeschi sólo alegó que su entidad sufrió “un error de procedimiento” y que “no tenía nada que esconder”.
El IOR ha seguido siendo objeto de sospechas por acoger dineros de procedencia ilícita de poderosos clientes y en 2019 han aparecido varias denuncias -algunas verosímiles y otras fantasiosas- sobre los depositantes protegidos en el IOR, señalando entre ellos a mandatarios latinoamericanos de quienes existen relevantes suspicacias de corrupción, como los expresidentes Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina, Rafael Correa, de Ecuador, Evo Morales, de Bolivia, Raúl Castro, de Cuba, Juan Manuel Santos, de Colombia; y también de presidentes como ‘Lula’ Da Silva, de Brasil, Daniel Ortega, de Nicaragua y Nicolás Maduro, de Venezuela. La lista incluye algunos fallecidos como Hugo Chávez, de Venezuela, Manuel Noriega, de Panamá y -tiempo atrás- los tiranos nicaragüenses Somoza, padre e hijo.
Cabe la posibilidad de que los nombres mencionados incluyan fantasías acosadoras de denunciantes alucinados, pero también que señalen hechos reales. Me inclino a pensar en que, sino todos, una mayoría de los indicados efectivamente hayan depositado en el IOR, por confianza, el secreto de dineros y títulos de bienes mal habidos. Bastante documentación hay de que eso ocurrió con el argentino Juan Manuel Perón y casi seguro que también con el español Francisco Franco y con el zaireño Mobutu Sese Seco. ¿Ferdinand Marcos, el dictador de Filipinas y su homólogo de Rumania, Nicolae Ceaușescu, formarían en la nómina?
Lo verificable es que ese mismo 2019, ante las imputaciones que remecieron el ambiente de las comunicaciones, incluso algunas hediendo a fake news, el director de la sala de prensa de la Santa Sede, Alessandro Gisotti, declaró a la prensa mundial: “Luego de verificar con las autoridades competentes, puedo afirmar que ninguna de las personas mencionadas (…) ha tenido jamás una cuenta bancaria en el IOR, ni la tiene actualmente, ni tiene firma de delegación en cuentas a terceros, ni tendría -bajo las bases de las nuevas normas adoptadas por el Instituto- algún título para acceder a alguna operación en él. Los documentos presentados como prueba son falsos. El IOR se reserva la facultad de emprender acciones legales”.
Sin embargo, a pesar de que las imputaciones siguen activas en los cinco años transcurridos, y no obstante que en tiempo muy reciente han aflorado de nuevo, replicando denuncias sobre los fondos “negros” que tendría Nicolás Maduro, el tirano venezolano, en el IOR, por un monto estimado en 800 millones de dólares, no se conoce de alguna acción desde el banco ni del Vaticano. Lo que sugiere que en la sede papal persisten en el viejo juego de barrer la basura para debajo de las alfombras. Mi abuela decía “El que calla, otorga”.
Coda: el papa Francisco canonizó en 2014 al papa Juan Pablo II, quien accedió al trono de San Pedro sucediendo a Juan Pablo I cuyo papado de sólo 33 días terminó con su sorpresiva muerte en septiembre de 1978, en circunstancias que se brindan a la especulación: un ataque cardíaco recaído en quien gozaba de buena salud. En la tercera entrega de la saga The Goodfather el honesto cardenal Lamberto es elegido pontífice y a los días fallece tras beber una taza de té aparentemente envenenado por el arzobispo Gilday. Lo significativo es que el personaje del cine y el papa real Juan Pablo I mueren cuando se disponían a ordenar la investigación de las finanzas del Vaticano, o sea, del IOR. El cadáver del papa fue embalsamado con premura y sin la certificación del forense vaticano. Se ha revelado que, tiempo atrás, siendo patriarca de Venecia tomó interés en los oscuros manejos de la entidad, estaba informado y sentía “profunda decepción” acerca de las acciones de Sindona y Marcinkus en “evasión de impuestos y movimiento ilegal de acciones”.
No sería singular su caso; a lo largo de la historia hasta cinco pontífices habrían sido asesinados: Juan VIII (año 882), Esteban VI (897), Juan X (928), Benedicto VI (974), Clemente II (1047); decesos todos ocurridos en medio de conflictos violentos por el poder en la iglesia católica, o causados por sus enemigos políticos, en el marco de episodios de espeluzno de la Real Politik que por tiempos luce con crudeza la Santa Sede.
La misma Real Politik que llevó al santificado Juan Pablo II, polaco nacido Karol Józef Wojtyła, a servir como aliado de Ronald Reagan en la senda de derrotar al comunismo soviético y, a la vez, apoyar al tirano “Tachito” Somoza, para lo cual no se detuvo en sancionar al cura -y poeta de lustre- Ernesto Cardenal vinculado a los sandinistas revolucionarios. Pero los tiempos cambian y -como decía Mao- “salvo el poder, todo es ilusión” y en estos días el rojillo jesuita Francisco se presta a ofrecer su reconocimiento a Maduro. “Cosas veredes, Sancho” hubiera alegado sorprendido El Quijote.