Anteriormente hemos comentado El sol sale por el norte de Rubén Cáceres Zapata, novela breve, escrita en primera persona, que tiene acercamientos laterales a la figura del Che Guevara, hecho contemporáneo por el peso del personaje en Latinoamérica y también en el orbe; en un contexto que se vivía en aquella época, el de la Guerra Fría y el bloqueo a Cuba.
En el monte de Venus (Barba Negra, 2025) lleva otro tratamiento. Esta nouvelle que cabalga en lo sensorial camino hacia el erotismo —dividida en capítulos cortos y versos dejados como cierres en varios de estos—, en escenas fragmentadas, donde hay una ligera alternancia entre pasado y presente, retrocesos en la vida de una bella señorita, cuenta la historia de Cleopatre-Diane quien se pasea por una suerte de finca de pasado esclavista, plena de sirvientes. En el devenir de su vida de infanta, asiste a un tipo de internado donde se imparten clases de sexualidad como Teoría del placer, Diez formas del Hedonismo, Seducción y Erotismo y eventos prácticos en torno a la exploración de los cuerpos femeninos.
Ambientación de entre mundo caribeño y atmósfera de hacienda costeña con sus «telúricos zapateos de negros, (…) los bailes andinos con sus copiosos saltos», como deja escrito el autor. Diera la impresión de estar en los tiempos de Matalaché, por lo menos eso es lo que no evoca. De hecho, la historia, como un difuso velo intencional en su forma de narrar, sucede en una hacienda, en Ica, como nos enteramos avanzadas sus páginas.
Una historia de esclavos donde hace suponer que Cleopatre-Diane es la consentida hija única de ricos terratenientes, aunque pareciera huérfana de madre, una joven y bella mujer que observará el coito, y otros rituales más, de dos bellos jóvenes amantes, Pedro y Albaici, suerte de espléndido cimarrón, y sacerdotisa del placer, ella.
Una serie de descripciones se van dejando. «La institutriz los esperó envuelta en un camisón de tul que dejaba ver sus pechos bien formados, la cabellera le caía sobre los hombros, las caderas torneadas y duras y el monte de venus poblado». Lo erótico y sus episodios, que son trazo rápido, los cuales se hacen esperar, van escalando. Las reflexiones y sus frenos sociales, a quien lea este libro, como, «El erotismo encuentra gran obstáculo en las costumbres, en el freno a la mujer, pues en ella está el placer» están allí a guisa de ligera y sutil llamado a las libertades del individuo y sus propios enmarrocamientos. Es invitación a lo sensorial, a recrear, a dejar la reserva. Como es el deseo de Rubén Cáceres Zapata, perderse en la sensualidad, el erotismo y la seducción.
El arco narrativo se comienza a cerrar. La voz va soltando lecciones. Así sabemos también que el erotismo «En aquel teatro no hay un guion escrito, por el contrario, se trata de un guiño a lo improvisado». Se lee una suerte de desiderata, «ingresa a la felicidad, disfruta cada segundo puesto que no has de volver», es lo que se lee en sus últimas páginas.
Pero no solo es enseñanza. Uno de las virtudes del En el monte de Venus es la carga de imágenes que corren en sus páginas. Aquí una muestra, «[…] mordieron sus carnes, el suave movimiento estilete-vulva, estilete-clítoris, el entorno se llenó de mariposas cuyas alas desplegadas se rodearon de colores, mientras las paredes vaginales humedecidas lubricaban la espada que corría gozosa dentro de ella». Párrafos que se enmarcan en los márgenes poéticos de lo voluptuoso.
Y, quizá, su mayor lección esté aquí, como escribe el narrador, «Hay que dejarse llevar por el placer para empezar a vivir, lo difícil, lo fatigoso, es saber encontrarlo… hoy habrá que ir a lo nuevo, a lo desconocido, hay que tomar con alegría y entrega… ustedes chicas deben saber que la forma de aceptar el placer es muy distinta, nos envuelve la suavidad, el tiempo largo y calmo, ir bebiendo a sorbos cortos cada momento, algo que han de entender, ajeno a la fogosidad que la testosterona le imprime al hombre, asaz violento y nervioso, en nosotras está llevarlo al equilibrio, a descubrir el perfecto equilibrio».


