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LA CARRETERA DE ROBERTO DE OLAZÁBAL WISMANN

In Letras & Artes, Papiro en blanco, Poesía
febrero 25, 2025
Por Miguel Ildefonso / Licenciado en Lingüística y Literatura en la Universidad Católica del Perú, premio Nacional de Literatura 2017 por "El hombre elefante y otros poemas".

“Estábamos encantados, dejábamos la confusión y el sinsentido atrás y realizábamos nuestra única y noble función del momento: movernos. Todos seguíamos la música y estábamos de acuerdo. La pureza de la carretera.” Esto escribía el poeta y escritor Jack Kerouac, el chamán de los beatniks, en su novela En el camino. Y es en ese sentido de traslación por diversos ámbitos, el registrar la experiencia del movimiento, y el acceso a un estado de pureza respecto a la conciencia de habitar el mundo, que nos hallamos con la ópera prima de Roberto de Olazábal Wismann, La carretera (Editorial Barba Negra, 2024).

El viaje empieza con la luz de las luciérnagas, en Pichanaki, “vida en todo el espacio”, nos dice el poeta que entiende que es un viaje _ más bien _ de retorno, un volver a la naturaleza: “cuando regresas al camino, / invariable de tu esencia, / estás en todo.” Y así la carretera nos lleva por territorios no solo sensibles a la mirada integradora y de restitución en pueblos cercanos como Pachacayo, Aspitia, Huaracane o Nazca, sino también se encamina hacia otros lejanos, Feldkrich, por ejemplo, y siempre con  “infinita armonía / entre bosques”. Por eso mismo, se aventura hasta en el océano, “Sin retorno, sin cristal, / la respiración / silencia al océano / y la imaginación / alumbra el abismo”, como vemos en el poema Puerto inglés; e, incluso, la imaginación poética nos lleva hacia realidades fantásticas como en el poema Jinete azul.

El viaje también se vuelve hacia la intimidad lírica como en los poemas La espalda o Mujer tormenta, poemas de amor en un mundo de vaivenes en donde se difumina el yo poético: “vuelves al océano, ya oscuro, / aguarda calmo, sin playas, indiferente.”

La carretera tiene tres estancias que nos llevan a un recorrido más espiritual que terrenal, entendiendo lo espiritual como la identificación de la esencia de lo humano con el devenir de la naturaleza y la vida. Es por ello que identificamos a la ardilla, al águila o a las hormigas con la misma esencialidad y apertura del que aspira a “acariciar el orbe” como dice uno de los poemas finales, En fila india. Este ideal lo vemos plasmado, además, en las acertadas imágenes de la portada y la contraportada del libro, en esta cuidada edición con que De Olazábal hace su debut poético.