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RETOS Y ESTADIOS EN LA NARRATIVA AMAZÓNICA PERUANA

Por Marco Antonio Panduro

Hace poco en una reunión de escritores a la que fui invitado discutíamos sobre la ausencia, o más exacto decir, la insuficiente crítica literaria en la Amazonía peruana, y en compresión (¡Atención!: compresión) de Iquitos, y su condición marginal y periférica, la de la literatura amazónica, en el amplio co-texto peruano.

Sobre crítica literaria y novela latinoamericana, el ensayista hispano-uruguayo Fernando Ainsa escribió La espiral abierta de la novela latinoamericana (1973), un ensayo que aborda el mundo de la crítica, entre varios subtemas conceptuales de la novela, de la nueva novela latinoamericana que ya por esos años se había ganado un importante sitial con autores consagrados a nivel esférico como GGM, MVLl, Cortázar, Fuentes, entre otros.

Ainsa hace un llamado de atención a la crítica a saltarse «los esquemas dualistas campo-ciudad, hombre-naturaleza, obrero-capitalista, civilización-barbarie, latinoamericano oprimido-“gringo” explotador; el dualismo de la forma y el contenido, que han llevado a la simplificación de novelas que tal vez no lo fueron. (p. 230), en referencia, claro, a obras aparecidas décadas atrás. 

Es interesante la observación hecha cuando sostiene que toda nueva corriente o nueva aparición es una crítica a la anterior expresión literaria. Toda invención es una crítica, como también toda crítica es una invención. 

Sostiene asimismo que la novela, la novela latinoamericana por medio de la crítica puede ser leída de modo retroactivo. «Si el texto literario está inacabado siempre (y esta es la clave de su permanencia en el tiempo), necesitará de las prolongaciones inventivas del crítico y de otros autores […]. El texto literario, […], en la medida en que es prolongado por otros críticamente, mantiene permanente su actualidad.  El buen crítico prolonga la invención del autor», (p. 227), nos dice. Así, sobre esta retroactividad, todo lo anteriormente publicado puede ser novedoso.

Hay que tomar en cuenta que hasta antes del boom, y dado el contexto geopolítico en el hemisferio hispanoamericano, la novela se tornó en el vehículo ideológico por excelencia. Sin restarle sus enormes méritos a Doña Bárbara, sobre estos dualismos hay cierta relación en la observación que hace José Miguel Oviedo en el volumen 3 de Historia de la literatura hispanoamericana, «sobre la incurable tendencia de Rómulo Gallegos –por ejemplo–, a buscar en todo simetrías y oposiciones simbólicas… Santos Luzardo (santidad, luz ardor) parece el emblema del bien –en referencia al personaje principal de la célebre novela del venezolano–; Doña Bárbara (autoridad matriarcal, barbarie) es casi sinónimo del mal».

Esta simplificación de la novela que parte de la crítica narrativa –o más extensamente en la literatura en la esfera amazónica peruana, además de un casi inexistente círculo serio de críticos literarios–, es también problema de los creadores de esta extensión tardía del Perú republicano. Dicho más claramente, existe una tendencia marcada hacia cierto maniqueísmo indesligable que hace que los malos solo sean malos y que los buenos sean solo buenos. A priori, hay ya un sesgo desde el inicio del proceso creativo en el escritor amazónico, olvidando la función autónoma de la novela. ¿Dónde está su poder revelador sobre los lectores, entonces, y la complejidad y ambigüedad, y contradicciones, de sus personajes y del medio en el que interactúan? Es tarea del narrador hacer de la obra una obra más eficaz en su dimensión persuasiva.

Una parte de esta explicación y de responsabilidad la tendría la Universidad. Más allá de intentos aislados de algunos gestores que parecen más infiltrados en el sistema que parte orgánica de este, ¿es acaso en la actualidad la Universidad –si es que alguna vez lo fue– un centro de formación del pensamiento? Pregunta que debería ser extensiva al conjunto del sistema universitario peruano, como lo hace Ángel Rama en La ciudad letrada en realidades históricas desde la colonia como la mexicana, la colombiana, la argentina y la peruana.

Anteriormente hemos comentado Paiche y La vorágine. Hasta antes del auge del boom latinoamericano, un problema recurrente que el autor ha cometido –y cometía– eran las fallas estéticas de las novelas previas a este auge novelístico que superó a lo que venían haciendo sus pares norteamericanos y europeos, entre ellas el verismo de Alain Robbe-Grillet. 

MVLl acusa a la novela hispanoamericana «de estar llena de opiniones y demostraciones laterales», donde la confusión en la trama del narrador y personajes quitan la fluidez que la pieza narrativa necesita. Además, esta es un instrumento de prospección y no de demostración; así, por ejemplo, en cuanto a subgéneros, la novela histórica es ante todo y primigeniamente novela y no un documento histórico. Son obras de arte donde el lenguaje es su materia prima. 

Por otro lado, en la Amazonía y en Iquitos, y en sus alrededores, en el seno del mundo cotidiano, existe la errada idea de que en literatura es el pueblo el que hace sus libros. Se ha partido de un concepto invertido; nos dice Ainsa. La figura es, «Son los libros los que hacen al pueblo y no al revés». La realidad se enriquece a partir de la ficción. ¿Cuántas sociedades han quedado estereotipadas a partir del mérito de algunas, sino varias, sino muchas novelas? El autor en mención ejemplifica el cliché del prototipo simbólico del dictador centroamericano con El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias. Verbigracia más actual, La fiesta del del chivo de MVLl. O la imagen mítica del gaucho está asociada al Martín Fierro de Miguel Hernández. 

Ahora, continuando sobre dualismo es llamativa la observación que Oviedo señala, «Es diferente ser víctima y no protagonista» (p. 462) en referencia a Huasipungo de Jorge Icaza, donde hay una pugna arquetípica entre la clase terrateniente y el indio desposeído de todo. El personaje central, Alfonso Pereyra, es racista y pretencioso. Por otro lado, mientras el personaje principal encarna la voracidad, los indígenas no son siquiera individuos, sino “personajes-masa”, «un miserable coro de seres humillados hasta la abyección, pues solo expresan sentimientos y apetitos básicos: hambre, sed, frío, alcohol, sexualidad. Sucios, repulsivos, han caído en un abismo en el casi no se distinguen de los animales que crían».

En la última Feria del libro en Iquitos, el año pasado, se generó acalorado, como también interesante debate sobre la literatura de “chullachaquis y yacurunas”; es decir, sobre los mitos y leyendas, tema en el cual los escritores regionales han abusado hasta el cansancio en la misma forma adocenada del folklore, del regionalismo y del costumbrismo; es decir, una fórmula ya caduca –variantes más, variantes menos– de la que hasta ahora se hace uso. Ahora bien, es importante separar en este párrafo, que la literatura oral no está en discusión ni en tela de juicio. Es otro registro, otra frecuencia que no ocupan estas líneas y que merecen un tratamiento especial y específico.

Sumemos un componente fundamental que está faltando, muy cercano al “elemento añadido”, el Umwelt que pone en relieve Ainsa, «es decir, del ambiente que no sólo rodea al hombre, sino que está dentro de él […]. Sin embargo, es la falta de Umwelt en el héroe de la ficción latinoamericana la que lleva a ese carácter permanentemente ‘conflictivo’ entre medio y personaje, entre uno y los demás, y parece partir más de la falta de ajuste entre unos y otros que de una ‘real’ agresividad del medio contra el hombre. Los movimientos que el conflicto y aquella permanente búsqueda de ‘centros’ estabilizadores provocan son centrípetos o centrífugos. 

¿En qué estadio se encuentran los narradores amazónicos peruanos? ¿Nos hemos quedado estancados en el tiempo como cuando Iquitos dejó de ser el eje del movimiento económico que generaba el caucho y sus lazos con el Atlántico? ¿Es un momento de literatura centrípeta: Doña Bárbara, del ya citado Rómulo Gallegos o Crónica de San Gabriel de Julio Ramón Ribeyro? ¿O es el tiempo de los paseos por el Sena de Horacio Oliveira, el personaje principal de Rayuela de Julio Cortázar, o el mismo Alfredo Bryce y su alter ego en Tantas veces Pedro o La vida exagerada de Martín Romaña, es decir, el tiempo de la literatura centrífuga en la Amazonía y en Iquitos como madre nodriza de sus alrededores?