
En los años de 1975-76 una serie de dibujos animados para niños conmovió la televisión mundial: “La abeja maya”, producción japonesa-austrio-alemana en la escena de un país multicolor donde nace una abeja conocida por su empatía y voluntad de colaboración, al punto de disolver su identidad personal en la colectiva del enjambre. Muy pocos saben que el creador del personaje fue el escritor alemán Waldemar Bonsels, quien fuera seguidor de Adolfo Hitler.
Las ideas adversas a la identidad personal y a la soberanía individual se empeñan en disfrazar su esencia totalitaria recurriendo a alguna forma primigenia de la solidaridad: de raza, de nación, de clase, de intereses, que consigue para sus fines construir la imagen del enemigo conveniente.
Es el caso, precisamente, de la nueva presentación del mito (idea movilizadora) del enjambre (swarming), que ahora adopta el nombre de “multitud” ratificando que cada cierto tiempo las canteras de las izquierdas muestran ser inagotables en materiales para la extracción de fórmulas ideológicas para usarlas cual justificaciones del hacer (como afirmó el filósofo mexicano Emilio Uranga). El material más reciente y que encandila a los izquierdistas medianamente ilustrados es este de “multitud”, novísimo ícono protoconceptual que está planteado en el libro “Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio” (Debate, 2004, Barcelona) de M. Hardt y A. Negri. Uno de esos productos del llamado marxismo cultural que se esfuerza en seguir el rastro de originalidad del pensamiento ya casi centenario de Gramsci.
La multitud: Ícono del anarquismo posmoderno
Lo primero que cabe decir de la noción de “multitud” es que sustituye a las envejecidas e inútiles de “pueblo”, “masa” y “clase” tan caras a las izquierdas de inspiración jacobina y marxista.
La “multitud” presenta una materialidad difusa –como conviene al pensamiento posmoderno que la gesta– porque a diferencia de “pueblo” no anula las diferencias en pos de una unidad de carácter trascendente (dicen Hardt y Negri), a diferencia de “masa” no es un ser indiferenciado carente de voluntad propia y solo capaz de la destrucción, a diferencia de “clase” que es un todo excluyente al resaltar rasgos de una colectividad identitaria y antinómica. Para Hardt y Negri la “multitud” es una entidad trascendente en su potencial de articular la comunicación y cooperación de las singularidades sociales (de los asalariados por el trabajo manual e intelectual, comprendiendo a los campesinos, pero también a los no asalariados: autoempleados, trabajadores domésticos, a las reproductoras de la fuerza de trabajo); o sea, materializa y “visibiliza” a los explotados que el Imperio capitalista quiere controlados y dominados. En ese sentido la “multitud” es totalmente inclusiva. Más todavía: la “multitud” es inclusivista en el sentido de rebasar las fronteras de rol, de género y otras que se le contraponen como aspiración de comunidad de diferentes.
Es precisamente el reconocimiento de las diferencias lo que distingue a la “multitud” del “pueblo” y de esa materia amorfa que es la “masa”. Las diferencias asimismo disuelven la identidad de “clase” o –si se quiere– reconocerlas edifica una identidad transclasista acorde a las condiciones modernas de la producción y reproducción: horarios y localización del trabajo o actividad productiva, hibridación de las relaciones contractuales con los medios y con el valor de la producción, al punto que la noción de “multitud” liquida ese canon marxista del “desarrollo de las fuerzas productivas” que ya no puede seguir siendo material ni tecnológico, ni siquiera extensamente social sino biopolítico, comprendiendo los valores, afectos y relaciones que constituyen las formas de vida y las formas de lo común, así como su potencia creativa.
Expuesta así, la noción de “multitud” es poesía virtuosa, muy superior a las caducas entidades sociopolíticas de “`partido” y “vanguardia”; abomina del direccionalismo esclarecido con alguna forma de dirigencia y de las estructuras piramidales del hacer político, apostando por la trasversalidad mediante la articulación comunitaria de los sujetos diferentes desde la comunicación y la cooperación de las singularidades produciendo lo común. ¿Se entiende, no?
No puede sorprender que la noción de “multitud” muestre entre su sedoso pelambre una cresta de dura crin anarquista que la conecta con el concepto de democracia absoluta de Baruch Spinoza sustituyendo el concepto de Polis fundante del pensamiento político moderno. Cuando desde la noción de “multitud” se reclama la transidentidad inclusiva y activista de “todos los explotados y dominados” se destierra el paradigma político de la representación como estado material evidente de la autonomización del individuo que cede parte de su soberanía personal al Estado para asegurar la tranquila convivencia en el orden y evitar el temor de Hobbes de que “el hombre sea lobo del hombre”; y se destierra asimismo la relación entre gobernantes (el soberano) y gobernados (matriz de la soberanía) como forma histórica de la República que en su mejor expresión es la democracia representativa.
Discurso ideológico de la “multitud”
Los propagandistas de la noción de “multitud” resaltan que en las condiciones actuales del capitalismo en manos del Imperio es sin embargo posible combatir la hegemonía de éste logrando una democracia que corresponda literalmente al gobierno de todos para todos, superando lo que consideran el “rapto” de la noción de democracia acontecido desde la Grecia clásica, donde en la Polis todos eran solo unos; lo que perdura hasta hoy encubierto con el manto ideológico de “clase política”, “ciudadanía” y “representación”.
Acabamos, pues: la noción de “multitud” supone en perspectiva la disolución de la representación como conexión entre gobernantes y gobernados, que sería sustituida por una “pospolítica” en que la sociedad alcanza un estado de autonomía y eficacia de la voluntad soberana, superior a la ciudadanía por su potencial de articulación de las singularidades sociales en vías de la comunicación y cooperación.
Directa e inmediatamente el planteamiento de la “multitud” quiere la abolición del “concepto burgués de la representación”, que considera distante y desconexa allí donde la haya, y con eso el abandono de la idea de República. Lo pretende alegando –es una falacia– que con el proceso de la globalización se ha producido “la perdida de preponderancia del Estado” (dicen Hardt y Negri) en una entidad supranacional globalista que identifican como el Imperio.
Curiosamente –hay que resaltarlo– ese globalismo supranacional ha sido hasta hace dos decenios o algo menos el espolón conceptual de las izquierdas para embestir los flancos y las carenas de los estados nacionales proponiendo que deban someterse a la plataforma derecho-humanista y de expansión de las formas de “democracia occidental” del globalismo imperialista impulsadas desde la OTAN. Es que hoy en día los avances del conservadurismo y de las derechas políticas en Europa y América hacen necesario cambiar de discurso y aparece así la nueva proclama de hiper-democracia con el ropaje ideológico de la “multitud”.
Claro que también la noción de “multitud” se muestra crítica acerba del socialismo que es su negada fuente de inspiración, al sostener (dicen Hardt y Negri, nuevamente) que los
planteamientos y acciones críticas emprendidos desde el socialismo fracasaron por no
abandonar las leyes capitalistas del trabajo ni el concepto análogo al burgués de representación.
Para qué sirve
Lo primero es resaltar el carácter ideológico de la noción: una fórmula diseñada para usar como justificación del hacer (se ha señalado en las primeras líneas de este texto con referencia a Emilio Uranga). En tanto ideologema la “multitud” es la representación de una práctica, de una experiencia, de un sentimiento social; es el foco del proceso cognoscitivo captando la transformación de enunciados singulares o distintos que se disuelven en el texto ideológico como en un todo inserto en el ambiente histórico y social. Mucha letra para poca esencia –es cierto–. La ideología representada en su ideologema es, sencillamente, una autorización auto-conferida para actuar. Ese es el significado que realmente importa de la noción “multitud”.
Por consiguiente, no puede sorprender que en la narrativa (de alguna manera hay que llamarla) de los postores de la “multitud” el sujeto real-social que la manifiesta sea el enjambre (swarmig), la convergencia de oportunidad (en tiempo y espacio) de distintas “demandas” o “reivindicaciones”, tópicos de protesta que consiguen articularse bajo la cubierta (umbrella) acogedora de la “multitud”, que entonces revela sus características distintivas: superación del activismo acrítico y gregario de la “masa”, superación de la identidad indistinta y amorfa del “pueblo”, superación de la identidad excluyente de “clase”, produciendo en la vía de la acción un efecto de articulación por agregación o por simbiosis de esas demandas y tópicos, en busca de un “momento de hegemonía” en que el discurso de la “multitud” sea tan polifónico como armónico y conducente al mismo fin.
La hegemonía cultivada y articuladora es edificada como la narrativa-memoria justificatoria de lo actuado desde el activismo de los enjambres presentados como ese nuevo sujeto social: la “multitud”, que bien describe Juan Carlos Ubilluz, su apologista, en la revista “Ideele” N° 307, de diciembre 2022, al señalar que: “(s)e trata de una entidad que, cual un enjambre, aglutina elementos múltiples y realiza una acción política antes de dispersarse. La multitud, creo yo, no es un pueblo que se inscribe en una gran narrativa sobre el destino de la nación. La multitud es un conjunto abierto de ciudadanos que, desde distintas perspectivas políticas, se materializa para rechazar una injusticia concreta. Su fortaleza yace precisamente en su apertura, en su capacidad para reunir elementos disimiles. Pero allí mismo yace su debilidad: a saber, en la dificultad para hacer coincidir a estos elementos en un programa político más allá del rechazo de lo que hay”. El meollo de la plataforma ideológica que no puede negar su raigambre anarco-liberal cuando señala: “en el siglo XXI, ha habido marchas y protestas que, sin líderes ni partidos, han ido asumiendo ciertos sentidos políticos que les han permitido lograr ciertos objetivos políticos precisos. Piénsese en las revoluciones árabes, los indignados, Occupy Wall Street, etc.”
Lo penoso es que tan elaborado discurso sea explotado para justificar la violencia vandálica y propiamente subversiva de este diciembre 2022 en diversas regiones del Perú, donde los enjambres de la “multitud” la emprendieron contra el establecimiento político y sus referentes institucionales (Congreso, Ministerio Público, Policía y Poder Judicial) y contra el conglomerado de empresas mediáticas que desde el primer día del gobierno de Pedro Castillo trazó el campo bombardeado del enfrentamiento político y social lanzando imputaciones de proto-soto-filo comunismo, ineptitud populista y corrupción que alcanzó a criminalizar el Estado desde el gobierno, contra el lanzamiento adversario de imputaciones de “clasismo”, “racismo” y alegaciones victimistas con referencia a una inexistente historia de 500 o 200 años “de opresión”.
Más penoso todavía es que, como Ubilluz (quien cita a Anahí Durand), se defienda esquinadamente a Castillo afirmando que si bien “potenció el componente representativo identitario de la democracia”, no quiso o no se atrevió a afirmar un programa político democratizador; y que aunque “redistribuía el poder, lo sacaba de los espacios vetados al pueblo y a la vez metía al pueblo en esos lugares vetados”, refiriendo a esos “profesionales chotanos, chiclayanos o cusqueños (que) entraron al Estado desplazando a las capas medias limeñas”, las cuales, por supuesto, desde su racismo-clasismo los calificaron de incompetentes.
¿Acaso puede sorprender que estos defensores de la “multitud” –Ubilluz, Durand– omitan por entero o siquiera sugieran la más liviana mención a la corrupción criminal que Castillo aupó, protegió, compartió (y encabezó, según la fiscal de la Nación)? A mí, no me sorprende. El discurso de la “multitud” es el nuevo paño de cocina de las izquierdas para lavar los trastes sucios de su trayectoria reciente.
Es importante saber el trasfondo de las palabras que se emplean en la manipulación de «la multitud». Gracias
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