
Por Miguel Ángel Rodríguez Sosa
El sorpresivo y feroz ataque de la milicia palestina Hamas contra Israel es el más potente desde hace 50 años, cuando se desarrolló la “guerra del Yom Kippur”. Se trata de una operación de múltiples vectores con acciones de fuerzas terrestres, desembarcos desde el mar y lanzamiento de cohetes. A pocas horas de iniciarse ya se contaban más de dos centenares de víctimas entre israelíes y un número algo mayor entre palestinos. Hay miles de heridos en ambas poblaciones y los milicianos de Hamas toman rehenes israelitas, militares y civiles, así como han capturado tanques del ejército y asolado bases militares de Israel.
El gobierno de Benjamín Netanyahu, el más ultraderechista de toda la historia política de Israel ha declarado el “estado de guerra” y se avizora un enfrentamiento muy cruento que, según el ministerio de Defensa de Tel Aviv, “será largo”. Hamas, apoyado en sus acciones por la milicia libanesa chiita Hezbollah, sabe muy bien que su enemigo responderá con extrema dureza sin reparar en bombardeos a población civil como ya lo hizo el 2014, por ejemplo.
Ante el conflicto se ha desatado la guerra de propaganda en ambos bandos. Esa de la reivindicación nacional árabe-palestina, por un lado, y la de defensa del estado sionista de Israel, por otro, que alega ser víctima de “un cobarde ataque terrorista” contra “Israel que es la única democracia de Oriente Próximo”, alegato imperecedero desde que se fundó el estado judío en mayo de 1948 gracias a una resolución de las Naciones Unidas y de inmediato empezó el despojo de sus tierras a la población nativa palestina.
Enfocar correctamente el conflicto exige, en primer lugar, señalar que el carácter democrático del estado de Israel es una ficción sostenida por elecciones y el reconocimiento de países aliados. Pero nunca lo ha sido. Precisamente procesa una continua deriva antidemocrática que va más allá de la represión al pueblo palestino. Desde que Tel Aviv optó por convertirse en una etnocracia judía, su persecución se ha extendido hasta los cristianos. A ello se suma el giro autocrático impulsado por el gobierno de Netanyahu y sus socios de extrema derecha sionista y militarista, que están intentando asaltar el poder judicial y controlar la policía y los medios de comunicación, liquidando las señales de democracia todavía subsistentes en el país.
Por su parte, Hamas no es tampoco una “organización terrorista” sino una fuerza militar de naturaleza no-estatal, irregular pero que presenta todas las señas que los Convenios de Ginebra reconocen en una armada partícipe en un conflicto interno o internacional. Lo que hay actualmente en el territorio controlado por Israel, cuya ocupación oprobiosa, racista y de apartheid resiste por medio siglo la población palestina, es propiamente una guerra de liberación nacional, no un ataque terrorista ni una agresión subversiva.
Que las acciones de Hamas acontezcan ahora indica que su intención es frustrar o cuando menos elevar muy alto los costos del entendimiento entre Israel y Arabia Saudita -el país dominante en el espectro sunita del Islam- al costo que sea necesario y así propiciar también una intervención internacional que detenga la pretensión de hegemonía israelo-saudita en el Oriente Medio, tal vez incluso una intervención desde Irán, arruinando de paso la política de EEUU con Joseph Biden urgido de presentar algún triunfo de su maltrecha política internacional, de cara a las próximas elecciones en EEUU.
No se puede desconocer que la causa nacional palestina, representada en la actualidad por Hamas ante el decaimiento tal vez irreversible de la OLP conciliadora con el sionismo, cuenta con el apoyo mayoritario de las poblaciones árabes en países de la región, contrariando el acercamiento entre el régimen sionista con gobiernos de Emiratos Árabes, Baréin, Sudán, Marruecos, como Omán y Qatar. Hamas parece apostar a que la población palestina y especialmente los gazatíes deban pagar el muy alto precio de la sangrienta contienda desatada. Pero el horror de la guerra se cierne también sobre los israelitas acosados por milicianos infiltrados en distintas localidades del estado hebreo. Por igual podrían pagar un precio elevado que reclamarán a su gobierno, que se muestra incapaz de defenderlos.