Desde que el sociólogo Martín Tanaka ha elevado la contraposición ideológica “caviar / anti-caviar” el altar de las antinomias en el rubro de categorías de análisis, secundado en su empeño por Jaime De Althaus (ambos en El Comercio), han brotado como hongos en busca de luz varios autores tratando el tema.
Me ocupo del mismo hace años en varios escritos publicados en libros («El hastío secreto» y «Vana prédica») y ahora, muy regocijado, sigo haciéndolo en el feis.
Efectivamente, el término “caviar” suscita el interés para referirse a un sector político que, penosamente, no alcanza a ser dibujado con mínima precisión, con excepción de Tanaka, a quien reconozco haber postulado en dos artículos publicados en ese diario “El ‘anticaviarismo’ como categoría política”. Es que Tanaka sí identifica a los caviares como portadores de “iniciativas de fortalecimiento institucional y de combate a la corrupción”, describiendo al sector autodenominado progresista con la agenda de protección y ampliación de derechos de defensa de la institucionalidad democrática social liberal, equidad de género, defensa de la naturaleza, reconocimiento de la diversidad sexual y de género, entre otros tópicos derecho humanistas. Son los abanderados en la causa de la defensa y ampliación de derechos, la decencia y honestidad, la dignidad y la memoria histórica vinculada a la justicia; y eso con el respaldo de una red institucional global. Nada menos.
En el Perú de estos días resalta que muchos personajes que se han ganado a pulso, por sus opiniones, la calificación de caviares, muestran entre sus alas angélicas la negra honrilla de haberse identificado públicamente con el respaldo y la defensa de figurantes políticos embarrados por la corrupción, como Susana Villarán, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynsky y bastantes más, mostrando un fariseísmo vomitivo. Y lo que se distingue como su denominador común es el visceral antifujimorismo, que no ha parado mientes en defender, como hace Anahi Durand, por ejemplo, al delincuente Pedro Castillo. Los comunicadores en esa brega, Paola Ugaz, Mauricio Fernandini, Nicolás Lúcar, Rosa María Palacios, son día a día puestos en evidencia. La narrativa caviar de la impoluta moral pública se ha derrumbado.
Pero he aquí que sus antagonistas anti-caviares se muestran incapaces de contraponer una visión mínimamente aceptable para el intelecto y desbarran en alegaciones anacrónicas y triviales como esa de que los caviares son pequeñoburgueses blanquiñosos con ideas de izquierda, o poscomunistas cómodamente insertados en el sistema. Penosamente, el anti-caviarismo local resulta en extremo ignorante y carente de ideas acerca de esa plataforma ideológica que los caviares representan y son capaces de expresarla con un discurso propio.
Ayer asistí a la presentación del libro “Lo que los caviares no te cuentan de Fujimori”, del autor Jhorge Ugarte, esperando una exposición de dos tópicos ilustrativos cuando menos: la caracterización de los caviares y la refutación de sus mentiras sobre Alberto Fujimori en su trayectoria política de gobierno.
El texto no contiene lo uno ni lo otro. En cuanto a lo primero, aparte de glosar con superficialidad y ausencia de análisis juicios de terceros, sin una idea propia, presenta lo que figura como el perfil de dos caviares de la escena local: Rosa María Palacios y Aníbal Torres. Presumo que la primera se sentirá debidamente identificada como caviar pero ella y los lectores del libro de Ugarte con seguridad resentimos el desbarrancamiento del autor al atribuirle al senecto “Caníbal” Torres la calificación de caviar. Algo que causaría sin duda la chirriante repulsa de Tanaka, Althaus y de cualquiera con dos dedos de frente. No hay más que decir al respecto.
En cuanto a lo segundo, esperaba leer en las páginas del volumen el juicio razonado y crítico sobre los temas en los que la narrativa caviar se ha cebado contra Fujimori con su urdimbre de posverdades. Pero tampoco. Nada que analice las raíces del pragmatismo “desideologizado” de quien fue elegido presidente en 1990, ni acerca de sus astutas y firmes decisiones estratégicas para recuperar la economía arruinada del Perú que recibió. Ninguna posición planteada sobre el carácter del régimen impuesto el 5 de abril de 1992 -ni siquiera la exposición de las diferentes versiones académicas al respecto, bastante conocidas-. Nada sobre aspectos cruciales del cuestionamiento caviar al gobierno que consiguió el reconocimiento del contexto político americano en la OEA, comprar ventajosamente la deuda externa, reinsertar al Perú en el sistema internacional, alumbrar una Constitución progresista (mal tildada de neoliberal), cerrar los asuntos de fronteras pendientes, sanear las finanzas públicas privatizando centenas de empresas estatales, y sólo una rebuscada versión, documentada -es una exageración mía-, con fuentes de terceros sobre la eficaz lucha contra la subversión comunista.
De la lectura del libro, que es muy liviana y rápida debido a la falta de sustancia de su contenido, puedo colegir que el autor no sabe, no tiene idea, del proyecto de Fujimori, sus logros, sus límites; menos todavía de los factores que llevaron a su colapso. Que son, precisamente, sobre los que fantasean los caviares administrando para su beneficio la ausencia de la versión del propio Fujimori, a quien con seguridad Ugarte no conoce, y de quien sólo ha leído en partes su memoria autobiográfica inconclusa.
Los caviares pueden sentirse solazados y jocundos ante productos cuya calidad pareciera reforzar su arrogante percepción de que son ellos y solamente ellos quienes pueden exponer con crítica fantasiosa pero a veces extensamente documentada (como en los bodrios de José Alejandro Godoy) el análisis de la obra de Fujimori. En la acera del frente no hay seseras que repliquen.