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EL SOL SALE POR EL NORTE, DE RUBÉN CÁCERES ZAPATA

Por Marco Antonio Panduro / Escritor y guionista.

En una conferencia de prensa en una universidad pública un hombre peinando canas dictaba una charla cuyo fervor del que iba impregnado no se veía retribuido por el público. El hombre recurrió al último artificio que le quedaba en vista que el murmullo iba en aumento; gritar, elevar más y más la voz ante la indiferencia y el bisbiseo distraído in crescendo de los jovencísimos que no sabían de quién estaba hablando.

Ya sabemos que es otro el punto cardinal, mas El sol sale por el norte de Rubén Cáceres Zapata es una novela escrita en primera persona, narración breve que tiene acercamientos laterales, muy al ras –al menos pareciera en sus primeros capítulos–, a un hecho contemporáneo por el peso del personaje en la historia latinoamericana y también en la esfera planetaria; el contexto que se vivía en aquella época, el de la Guerra Fría y el bloqueo a Cuba.

Condicionado o no por la portada de la novela, uno intuye que es la figura del Ché Guevara de quien nos enteraremos, más tarde que temprano, uno o más detalles cuando fue capturado y al día siguiente ejecutado en La Higuera, en la zona montañosa de Bolivia –tal vez uno lo ha pensado así–, datos que en la novela han de ir saliendo a la luz luego de décadas de archivamiento y que nos conduciría a un hecho desconocido, casi anecdótico del muerto más bello de la historia como lo hubiera llamado Gabriel García Márquez.:

«De lo que han visto, nada de nada pronto llegarán sus relevos, así que se me van, y chitón. ¡¿Han entendido!?

Pues durante meses, nada se supo, nada de nada. La choza, el entorno, la arboleda, quedaron como únicos mudos testigos» (p. 19).

El autor minimiza, omite descripciones y digresiones. Avanzan las páginas sin saber exactamente hacia dónde vamos, hacia dónde nos llevan. A casi 2/3 de la novela, hay una esperanza de que el Comandante estará de vuelta así sea para el ocaso de sus últimos momentos, que se develará un dato escondido. Tampoco.

Novela de espías en las sombras, informantes, reporteros contracorriente, o románticos revolucionarios, en quienes pesan más los sentimientos, al menos en el personaje narrador. Isabel, en cambio, además de un toque de sensualidad, parece ser la mujer resuelta quien por su pragmatismo toma las riendas de una operación confusa y que nunca queda del todo clara.  Se siente el sabor que son peruanos, la remembranza de la parihuela, o el «Claro que sí, chata, qué rico hablar contigo», tan de aquí esta expresión.

Al parecer hasta la biodata de Rubén Cáceres Zapata (sociólogo y abogado, nada más) ha querido jugar en el rol de dejar ese halo de misterio y confusión en el lector. Hay además una espacialidad errática, lugares remotos como el Alto Huallaga, o ciudades como Estocolmo, París y La Habana, o una escala en Guadalupe. Uno se va preguntado a medida que se avanzan las páginas, casi como un leitmotiv, de que “El sol sale por el norte” es el santo y seña. ¿Pero de qué?

Tal vez tenga razón la reseña en contratapa, de que «la trama se enreda en sí misma, en un derrotero en el que los personajes no son el eje central», como hemos estado creyendo, ni siquiera esa figura decadente de casi mendigo a punto, según nosotros, de ser fusilado, que iba ser el centro de gravedad de los hechos y donde girarían los demás personajes, «sino aquello que se está buscando».

¿Pero qué se ha estado buscando? De repente, la sensación de ese narrador personaje que por ratos sabe insertarse en esos años tan diferentes a los tiempos de los celulares y del Internet. Recibir llamadas vía hilo telefónico. Otra época. Una vida soñada por cualquiera, el vértigo, el ser ciudadano del mundo, ir de aquí a allá, en una operación encubierta.

«Las dudas son inmensas, la violencia, las armas, aquella disposición de un extremo del Caribe al África, de los salones de mármol a los imposibles pantanos,

¿Quién luego de saltar a la cumbre del poder, renuncia a todo? Él. Tan solo él

Podré encontrar esa imagen en este viaje. Claro que no» (p. 81).

En su última página asoman luces de ese camino escudriñado entre matorrales: «Estaba convencido que el mito ya iba rumbo a ser leyenda, que aquel cadáver de torso desnudo escudriñando el infinito ya había dejado atrás aquella larga mesa, para atravesar miles de kilómetros hasta este rincón bohemio del mundo en el cual pretendientes a escritores, irresolutos poetas, quedaban apresados a los tumultuosos llamados a la rebelión, a tumbarse todo poder, a vivir de y para la imaginación».

La traición da muerte a la ilusión. Es lo que nos dice. O más apropiadamente, la ilusión es aniquilada por la traición. Una imagen, una ilusión se arrastra hasta donde más puedas, o hasta donde más pueda esta, pero vale decir que las revoluciones cambian o necesitan de cambios, entonces aparece otra re-evolución, la revolución del ser.