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BATMAN: Una tragedia contemporánea

In Letras & Artes
enero 08, 2023
Por Miguel Ángel Rodríguez Sosa

El género dramático imperecedero en la historia humana es la Tragedia, que en occidente tiene 2500 años de presencia desde Sófocles, Esquilo y Eurípides. Su trascendencia atraviesa y remonta épocas y culturas; llega hasta nuestros días en versiones que, bien entendidas, son tragedias de corte clásico recogidas por el cine que una banal mayoría disfruta –y desperdicia– como historias espectaculares de acción con superhéroes.

La palabra tragedia refiere una forma de representación sin mediación de narradores. La trama de la tragedia es actuada directamente por los personajes. La palabra proviene de la voz griega tragoedia, que significa literalmente “canto del macho cabrío”, canción que se entonaba en Atenas durante las fiestas que rendían honor al dios Dionisos. Su propósito era (y es) hacer de la representación en el teatro una obra para la educación ética y política de los ciudadanos.

Se caracteriza desde la Grecia antigua por una situación de conflicto moral en la que uno o más personajes, por lo general de tipo heroico o ilustre enfrentan una consecuencia de su carácter, un error terrible, una condición social u otra circunstancia que lo arrastra o los arrastra a un destino irremediablemente penoso.

En la obra de Sófocles “Áyax” el héroe sintiéndose desdeñado por los reyes griegos que no le habían premiado según sus merecimientos en la guerra de Troya busca vengarse y cae en un estado de furor especialmente contra Odiseo, su rival. Sin conocer que el poderoso vidente Calcante había vaticinado su muerte si seguía en su empeño, fracasa y se suicida dejándose caer sobre la puntiaguda hoja de la espada de Héctor, que fuera su trofeo.

El destino y la fatalidad son distintivos de la tragedia griega, a la que subyacen con frecuencia la determinación o la predestinación nefastas. El hado, esa fuerza desconocida e irresistible que obra sobre los hombres y los sucesos con una serie de causas concatenadas que producen necesariamente su efecto.

En la tragedia isabelina de William Shakespeare el hado se hace presente en “La excelente y lamentable tragedia de Romeo y Julieta” donde el protagonista clama “soy juguete del destino” ante la turbulenta sucesión de terribles sucesos que acosan su relación amorosa. En “La tragedia de Macbeth” el hado se muestra como la profecía de las tres hermanas brujas del brezal, quienes le auguran al escocés un destino que él entiende tardíamente, cuando está a punto de ser decapitado por su ambición.

A finales del siglo XIX Oscar Wilde en “Vera o los nihilistas” escribe la tragedia del amor imposible por determinaciones políticas. La protagonista, joven hija de un posadero adhiere al movimiento nihilista de Moscú para vengar a su hermano, arrestado y trasladado a Siberia por opositor al zar. Vera se convierte en un símbolo de la revolución y se enamora de Alexis, estudiante de medicina que aparece como también nihilista y que al final se revela como el zarevich, heredero al trono ruso. El desenlace es fatal para la enamorada.

En 1933 se estrenó de Federico García Lorca “Bodas de sangre”, tragedia que transcurre en el ambiente simbolista y luctuoso que el dramaturgo imaginó para su Andalucía natal. Una historia de sombrías pasiones que derivan en el trágico final: la muerte, que ni el amor puede vencer.

Tal vez algunos se sientan sorprendidos si en este comentario inscribo en el género clásico de la tragedia la película “Batman: el caballero de la noche” (The Dark Knigth, 2008) escrita y dirigida por el cineasta inglés Christopher Nolan, basada en el personaje de DC Comics.

El Batman de Nolan es un personaje que vive dolorosamente su dualidad de ser el millonario que brilla en sociedad y el justiciero que actúa en oscura nocturnidad. Cumple el destino vengativo de combatir y erradicar a criminales de Ciudad Gótica, auto-impuesto luego del asesinato de sus padres. Puesto que no es un servidor de la ley actúa al margen guiado por su convicción de una justicia y un bien primordiales y trascendentes; no repara en matar para cumplir su sino de venganza. Es el heroe que necesita pero no puede admitir la sociedad corrompida donde vive tanta gente buena sujeta al orden convencional.

En la singladura enfrenta al Guasón, el desquiciado antagonista que no se considera “loco” sino “diferente”, una encarnación del mal metafísico del que Alfred, el mayordomo de Bruce Wayne, la otra personificación de Batman, dice: “Hay hombres que no buscan nada lógico como dinero. No puedes comprarlos, intimidarlos, convencerlos ni negociar con ellos. Hay hombres que sólo quieren ver arder el mundo”. El Guasón cree firmemente que los hombres buenos se doblegarán ante él por su débil voluntad. Batman y el Guasón luchan y el heroe pierde a su amada y al “caballero blanco” que hubiera representado la virtud triunfante contra el crimen (el fiscal Harvey Dent), a quien abandona la razón moral y le expresa a Batman: “No se trata de lo que quiero, sino de lo que es justo. Creías que podíamos ser hombres decentes en tiempos indecentes. Pero te equivocaste. El mundo es cruel y la única moral en un mundo cruel es el azar. Objetivo, imparcial… justo”. El discurso moral resumido de la tragedia.

Finalmente, Batman triunfador debe aceptar que seguirá siendo un justiciero repudiado. Vuelve a la oscuridad. Es sin duda un héroe cuya virtud no reluce. Es el agente del mal necesario para que de éste pueda surgir un bien superior. En este sentido, Batman supera la antinomía trivial del bien y el mal y aquí radica el rasgo principal de su carácter trágico. En la escena final, Batman le dice al policía James “Jim” Gordón, su subrepticio aliado: “Seré lo que más necesitamos… Me condenarás, haz que me persigan porque eso es lo que tiene que pasar. Porque a veces la verdad no basta. A veces la gente merece más. A veces la gente merece que recompensen su fe”.

La película de Nolan –en mi opinión la mejor de la trilogía del autor– presenta las características imperecederas de la tragedia clásica en esta época de confusión.