
Las izquierdas en el Perú que tienen algún cultivo intelectual están perdiendo la cabeza ante los sucesos del momento: muestran un balbuceante deterioro de sinapsis cerradas a las interpretaciones de la realidad, probablemente debido a la infección de la bacteria roja que abruma sus cerebros.
Triste, muy triste, es el caso de Sinesio López, sociólogo él con estudios de post doctorado en París y profesor –por supuesto– de la PUCP, que intenta reverdecer sus viejos laureles de augur de la nueva izquierda que fue en el partidito “Trinchera Roja” relegado al justo olvido.
El 19 de enero el diario de su predilección, La República, publica su artículo “La revolución democrática” donde se explaya en su extravío afirmando, nada menos, que “El Perú está viviendo el más vasto y plural movimiento democratizador de la historia republicana”. Llama así a las asonadas violentistas articuladas con trasfondo subversivo que se esstán produciendo en el país.
«Triste, muy triste, es el caso de Sinesio López, sociólogo él con estudios de post doctorado en París y profesor –por supuesto– de la PUCP, que intenta reverdecer sus viejos laureles de augur de la nueva izquierda que fue en el partidito “Trinchera Roja” relegado al justo olvido».
¿Y cuál es esa “revolución democrática”? López menciona que es “la lucha de amplios y diversos sectores sociales por la conquista de la igualdad de condiciones sociales de todos, y la eliminación de los privilegios y de todo tipo de discriminación”. Obvia con alevosía aunque pretende ignorar que en las acciones de violencia la plataforma única enarbolada carece absolutamente de alguna demanda propiamente social. Es una plataforma estrictamente política: renuncia de la presidente, cierre del Congreso, elecciones inmediatas y nueva constitución. Racimo de demandas que son social, legal y materialmente inviables, excepto en cuanto pretenden crear un estado de caos que destruya el país.
Puesto en el papel de “explicar” el “movimiento democrático” arguye con temeraria simpleza y falsedad que “surge, luego de la caída de Castillo, como protesta por el desprecio, el maltrato y el desconocimiento de un presidente con el que tenían una fuerte identidad social”. Según él, entonces ha estallado “una rabia contenida de siglos contra las élites limeñas excluyentes, racistas y discriminadoras”.
No contiene su artículo mención alguna a las expectativas sociales defraudadas por el propio Castillo con su prédica que añadía al mensaje demagógico “No más pobres en un país rico” sus incendiarios llamados a la división social. Tampoco –en eso es consistente– menciona que con Castillo el gobierno y parte del Estado habían sido capturados por organizaciones criminales saqueando los recursos del país. Apena que, como sociólogo, omita los recientes desarrollos académicos de difusión internacional sobre el fenómeno de la captura de estados por el crimen organizado.
Ese argumento de la “identidad social” entre Castillo y sus electores defraudados, que ha sido muy bien analizado meses atrás por Rolando Arellano, sicólogo social que explica tal identificación como la de pobladores con muy escaso desarrollo cultural que condonan la corrupción y “la viveza” ventajista del vacado mandatario porque se sienten representados en un individuo como Castillo, por su propia vivencia sumergida en la difusa linde entre informalidad e ilegalidad. Un caso de anomia proliferante.
Sinesio López no es el único vocero de esta narrativa auto-complaciente y victimista. Lo secunda, por ejemplo, el antropólogo Eduardo Ballón –quien ha vivido cómodo durante decenios en el mundillo privilegiado y excluyente de las oenegés locales– quien afirma, también en La RepúbliCa (por supuesto) que la asonada deviene de la “frustración de la salida de Castillo, no por defenderlo, sino por la dimensión identitaria, que atraviesa tiempo e historia: larguísimos años de discriminación, exclusión, desigualdad” que evidencia “el fracaso de la construcción del Estado nacional en este país”. Mucho decir para alguien que forma parte de esa clique “caviar” que ha penetrado el Estado en distintos y sucesivos gobiernos desde el 2001, beneficiándose de sus recursos sin acciones o productos que tengan algún impacto social en el país. La “frustración” y “rabia social” que López y Ballón denuncian les cae sobre las cabezas como escupitajos lanzados al cielo. Pero no se inmutan. Opinan nomás con desvergüenza.
Penoso el deterioro intelectual de estos “pensadores de izquierdas” que prefieren refugiarse en estereotipos y prejuicios de resentimiento social para expresarse frente a hechos que sus anteojeras ideológicas les impiden conocer con claridad.
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