
Pronto en cines, la apología de «El Incorruptible» JDC, gloriando «su capacidad de cuestionar el sistema político, económico y social en que vivimos, y sobre todo hacer añicos a cuestionados personajes de poder en el país». Toda una efigie.
Como su verdaderamente auténtico predecesor Maximilien Robespierre, JDC también cultivó hasta la saciedad la condena con execración a sus adversarios, la grita acusatoria, la pose de jacobino juez y verdugo de su imaginario Comité de Salud Pública. El 2003 presidió, con su mejor empeño, una comisión parlamentaria investigadora de «la corrupción durante el gobierno de Fujimori». El informe está en la internet, para el que quiera leerlo: quedó en agua de borrajas, o sea, en nada.
Casi un decenio después, JDC fue descubierto en una maniobra parlamentaria que pretendía hacer pasar «acciones de inversión» en Backus por acciones comunes de la empresa, que beneficiaría a sus familiares directos. Fue el momento de caída de «El Incorruptible», aunque no fue a la guillotina, como Robespierre.
La caída de El Incorruptible
218 años después de la caída de Maximiliano Robespierre, el 16 de noviembre del 2012, el congresista peruano Javier Diez Canseco Cisneros fue suspendido por 90 días de sus funciones parlamentarias por el pleno del Congreso a raíz de que la Comisión de Ética lo encontrara responsable de violación del Código de Ética Parlamentaria al haber presentado el proyecto de ley Nº 054/2011 que ha sido considerado un conflicto de intereses y sugiere corrupción pública. El proyecto de ley apuntaba a un canje de acciones de inversión por acciones comunes y hubiese permitido incrementar el patrimonio de su hija y de su ex esposa.
Diez Canseco desde sus años de estudiante universitario adquirió convicciones de izquierda radical en la vertiente ideológica marxista-leninista, destacando primero como dirigente universitario y luego como cofundador del partido Vanguardia Revolucionaria. En esta organización forjó sus capacidades en la práctica del bolchevismo que (para los avisados) es la acción vanguardista orientada a la conquista del poder movilizando grupos sociales convocados con un programa de amplia reforma social que, claro, luego se traduce en una “dictadura del proletariado” materializada en el gobierno de los bolcheviques en nombre de las masas y en ejercicio de imperativos del materialismo histórico y la “moral de clase”.
Desde entonces, Javier Diez Canseco ha dirigido el faccionalismo, la ruptura, la reagrupación, la formación, nuevamente la ruptura y otra vez la reagrupación de numerosos avatares de VR, siendo el último el Partido Socialista que lidera (desde luego, en proceso de pugna interna).
Su temprana experticia política le brindó una aureola de defensor de los oprimidos y caudillo de causas populares, lo que le ha valido ser parlamentario hasta ahora durante 26 años, además de ser candidato a la presidencia de la República el año 2006.
Durante su prolongada gestión parlamentaria ha enfocado su actividad en lucha contra la corrupción, en tareas de fiscalización, así como en la denuncia de violaciones de derechos humanos causadas por agentes del Estado. Sorprendentemente, no se destaca ninguna iniciativa parlamentaria suya que haya pretendido incidir significativamente en el desenmascaramiento del “carácter de clase” y antipopular de la “democracia burguesa” –práctica de ruptura que es parte del ABC del bolchevismo–. Claro que tampoco resalta alguna iniciativa suya que haya impulsado acciones radicales de reforma social.
Desde en el Congreso ha presidido seis veces sendas comisiones de investigación y ha sido cuatro veces vicepresidente o miembro de otras comisiones investigadoras. Es así que ha sido presidente de la Comisión Investigadora del Espionaje Telefónico, atribuido al servicio de Inteligencia Nacional; presidente de la Comisión Investigadora del mal uso del dólar MUC (subsidiado por el Estado) durante el régimen del presidente Alan García Pérez; presidente de la Comisión Especial del Senado sobre Deuda Externa Peruana; presidente de la Comisión Investigadora de atentados producidos con sobres bomba; vice presidente de la Comisión Investigadora de la Matanza de Campesinos de Chumbivilcas, del Asesinato del Alcalde de Huaura, de la Matanza de Campesinos en la localidad Umaya-Chambara y otros casos de grave violación de Derechos Humanos; presidente de la Comisión de Delitos Económicos y Financieros del Congreso de la República, entre 1990 – 2001; y miembro de la Comisión Investigadora de la Matanza de Barrios Altos, entre otras. Difícil que haya algún otro parlamentario con más trayectoria como fiscalizador e investigador.
Hay que resaltar que Diez Canseco era elegido para presidir o participar en esas comisiones investigadoras no obstante que en todo momento era parte de la oposición política al gobierno de turno que obviamente tenía mayoría parlamentaria. Entonces, era distinguido con esos encargos siendo un notorio adversario del régimen, un flamígero orador denunciante y acusador, un reconocido bolchevique, un radical principista sin doblez. Era un honor que le granjeó fama de “Incorruptible”.
Ser objeto de acusación o denuncia por el congresista Diez Canseco era temible, sobre todo porque el hecho ganaba fuertes resonancias mediáticas, si se considera que es columnista político habitual en diarios de circulación nacional y cuenta con una corte permanente de servidores en ONGs y otras fuentes de poder, que su voluntad ha materializado gracias a excelentes y generosos contactos extranjeros.
Claro que en buena parte su fama de “Incorruptible” –además de sacralizada por su participación protagónica en la “lucha contra la dictadura”– se debía a que desde que se iniciara en la vida política nunca había sido partícipe de un gobierno y en condición de opositor insigne era refractario a las tentaciones corruptoras del poder, si bien desde finales del año 2000 en su horizonte apareció la oportunidad de incidir en acciones gubernamentales con las que tenía afinidad ideológica.
No queda claro todavía cómo en esta condición las mieles del poder tientan crecientemente a Diez Canseco, que logra colocar ventajosamente en posiciones decisoras de gobierno y en varios períodos, a distinguidos miembros de sus varios (sucesivos) séquitos partidarios y clanes de ONGs creadas por su influjo. Pero el hecho concreto es que allegados suyos o cuando menos deudores de su favor político asumen entre el 2001 y el 2006 la conducción de la gestión estatal en las áreas críticas de Defensa, Justicia y Derechos Humanos, Interior y Relaciones Exteriores, en tanto escalaban también posiciones inductoras en los órganos estatales que congregan a los operadores de la represión penal: Ministerio Público y Poder Judicial.
El principal resultado fue que el “Incorruptible” Diez Canseco obtuvo discretamente el peso político que le permitió participar en una coalición con otros interesados en perseguir y reprimir a la imprecisa pléyade de integrantes de la “mafia fuji-montesinista” que mantuvo el poder en el decenio 1990-2000, digitando con sus coaligados tras bambalinas las denuncias y la judicialización de centenares de casos procesados en un tipo extraordinario de tribunal denominado “sistema judicial anti corrupción”, donde tanto culpables como inocentes eran esculcados por el ceño carcelero de fiscales y jueces especiales que se pretendían liberados de escrúpulos livianamente molestos respecto de las garantías del debido proceso.
No se puede descartar la hipótesis de que, con base en su creciente aproximación al poder, el “Incorruptible” Javier apreciara la conveniencia de tentar el ejercicio directo del mismo; lo que explicaría por qué para las elecciones generales del 2006 fundó el Partido Socialista juntando trozos del previamente despedazado Partido Unificado Mariateguista, y entonces postuló a la presidencia de la República. Pero los dioses –léase, por favor, la voluntad del pueblo en sus capas más irredentas, que él pretendía representar— no le fueron propicios y solo obtuvo el 0.5% de la votación.
Tal vez entonces Diez Canseco se haya dado cuenta, por vez definitiva, de que la postura izquierdista radical que había sido su insignia y lo adornaba había perdido –si alguna vez verdaderamente lo tuvo— el atractivo social que pudiera traducirse en un caudal electoral propicio, y entonces, como la totalidad de la izquierda que si bien seguía siendo bolchevique cohabitaba con el sistema, apoyó la candidatura presidencial de Ollanta Humala por la alianza electoral Gana Perú en las elecciones generales del 2011. Para entonces, con base en un acuerdo político entre el Partido Socialista, el Partido Nacionalista y otras fuerzas de izquierda, postuló nuevamente al Congreso y fue elegido con una alta votación para el período 2011-2016, desde luego haciendo campaña con su insignia de fiero “Incorruptible”.
Pero hasta el más modesto augur hubiera atinado señalando que la posición oficialista le era incómoda a Diez Canseco, sobre todo si el gobierno cuya fuerza política integraba se iniciaba en olor a flato causado por corrupción, pequeña pero significativa a la sensible pituitaria del “Incorruptible”. Aún así, hizo una prematura y fallida defensa del inefable Alexis Humala. Pero tal vez su peor error fue empeñarse –con sonoro fracaso– en presidir una “mega comisión” investigadora que lo hubiera investido de poderes inmoderados, muy a tono con su fama de “Incorruptible”.
En fin, que recuperó su perfil opositor deshaciendo su alianza con el gobierno y en el parlamento constituyó la modesta bancada Acción Popular Frente Amplio, coligado con parlamentarios que la higiene histórica digerirá pudorosamente. Pero ya, desde la sede del poder, “le habían puesto la cruz”, como se dice popularmente; no sólo por sus ambiciones desmesuradas, por desleal y réprobo, sino por su peligroso juego de socavar lealtades. Entonces no se exagera en afirmar que él mismo gestó su aislamiento político.
Por esos días él descubre que su discurso de “Incorruptible” se ahogaba como entre algodones en el estruendo de la pachanga parlamentaria. Peor todavía, a él se le descubre el feo asunto del conflicto de intereses por su malhadado proyecto de ley sobre la conversión de acciones. Su suerte estaba echada. No se trató si era inocente o culpable; oficialistas y opositores por igual lo condenan a muerte política por 90 días, por ser disfuncional absoluto. Es que este “Incorruptible” estiró demasiado su adolescencia jacobina y no se percató de que había llegado el Termidor.
En el mundo incierto de la acción política, ésta se halla disociada de la moral pero sorprendentemente una parte importante de todos los discursos políticos se refieren a la necesidad de un orden moral. ¿Paradoja o fingimiento?
La Historia pondera que Robespierre, «El Incorruptible», gestó su caída cuando se hizo irremediablemente disfuncional al orden que había creado. Pero hasta sus más encarnizados enemigos reconocerán que llevó a extremos de impía coherencia su «ejercicio de la Virtud» para preservar la República. Digamos que en su caso la relación de la Virtud y la Política claramente configura una tragedia.
«El Incorruptible» congresista Diez Canseco también gestó su caída cuando se hizo insoportablemente disfuncional al gobierno que había ayudado a encumbrar. Pero hasta sus más preciados amigos reconocerán que condujo su gestión parlamentaria a un extremo de duda y sospecha de aprovechamiento de la autoridad que le había conferido la República. Digamos que en su caso parece que la relación de la Virtud y la Política amalgaman una farsa.
(“El hastío secreto” – 17 de noviembre 2012)