Por Roberto de Olazábal
Adiós a los pechos,
no más honores ni tributos,
aquello que no se ve
durante el cortejo, hasta se idolatra.
El juego del amor, de ser breve,
estimula el deseo,
en nueve meses, cuestiona, razona,
pierde justo cuando el verano nos abrasa
en un oscuro sueño de amor.
Ausente canto de alegría,
frías ráfagas del centro
amargan las tardes de enero
y la incertidumbre de los rayos del crepúsculo
endurece el espíritu.
Destrozado el santuario por olas bravas,
el ídolo no exige sacrificio
y la fe muere en la orilla
sobre piedras punzantes e incómodas.