En «Trashumantes tiwanaku en el valle de Ilo» (Barba Negra, 2023), el Lic. Manuel Enrique García Márquez destaca un intrigante corpus de entierros del valle de Ilo que revela nueva información sobre la historia del sur del Perú antes de la llegada de los Incas. Este conjunto de datos aporta nuevos conocimientos sobre la naturaleza de las poblaciones relacionadas con Tiwanaku en los valles costeros siglos antes de la llegada de los españoles. El distintivo grupo de entierros aporta a la literatura referente a las poblaciones costeras y a la bioarqueología en el valle de Ilo, además de proporcionar una nueva población para razonar sobre el pasado de la región. Dado que la bioarqueología nos permite examinar el pasado a través de la demografía, las patologías y el estado de salud de los muertos. Al examinar los cuerpos y contextos de los difuntos, la bioarqueología combina los rasgos biológicos de las existencias corporales con los hallazgos de arqueológicos referentes al contexto funerario.
Este informe sobre 24 enterramientos prehispánicos recuperados durante un proyecto de monitoreo de construcción para el municipio del valle de Ilo trae nuevas evidencias sobre los primeros habitantes de la región. El hecho de que la mayoría no fueron enterrados en tumbas formales lleva al autor a sugerir que pueden haber sido comerciantes itinerantes de origen Tiwanaku. Muchos de los individuos sufrían de degeneración ósea, lo que puede haber dificultado sus vidas, al igual que las patologías asociadas con una posible infección por tuberculosis. Sobre los orígenes prehispánicos de la tuberculosis en la región, otros estudios recientes han demostrado a través de evidencia molecular que los mamíferos marinos fueron un vector primario de transmisión para estas poblaciones.
El conjunto de entierros del proyecto El Algarrobal 2021 brinda nuevos conocimientos sobre las poblaciones cosmopolitas del valle costero de Osmore durante el final del primer milenio d. C. Las modificaciones craneales para las poblaciones estudiadas revelan nuevas evidencias sobre la identidad atribuida a los individuos a través de sus años de infancia, ya que sus cráneos fueron intencionalmente moldeados por sus padres o por la comunidad, reflejando el valor que le otorgaban sus cuidadores a la apariencia de las nuevas generaciones que criaron.
La demografía de los entierros también es esclarecedora para las identidades de los individuos enterrados. Más de la mitad de los entierros corresponden a niños menores de 12 años y la mayoría a menores de 3 años, lo que refleja una alta mortalidad infantil. De la población adulta, están presentes en el conjunto el doble de mujeres que de hombres. Las estimaciones de edad sugieren que todos tenían menos de 50 años en el momento de la muerte, con una edad media de 30-35 años entre la población adulta.
Estos datos bioarqueológicos presentan una imagen nueva y compleja de los pueblos que transitaron y habitaron los valles costeros del sur del Perú hace siglos. Los datos preliminares llevan al autor a sugerir que estas pueden haber sido poblaciones trashumantes de afiliación Tiwanaku, con una fuerte representación de niños pequeños en el conjunto funerario. La falta de arquitectura formal de tumbas y la presencia de entierros secundarios también pueden apoyar esta hipótesis. Mientras tanto, es una población con muy pocos hombres adultos, que representan solo el 12 por ciento de la muestra. Las mujeres y los niños constituyen la mayoría de los entierros, lo cual es intrigante, si la hipótesis de que se trata de comerciantes comerciales es precisa.
Estas nuevas poblaciones funerarias del valle de Ilo sin duda nos ayudarán a comprender las diferentes formas de vida en la época de Tiwanaku a medida que nuevos estudios revelan más sobre su pasado. El análisis dedicado de estos restos y su curación para futuros estudios ya está dando como resultado sorprendentes nuevos conocimientos sobre la historia de la región. Este estudio habla de la importancia de preservar y rescatar los restos arqueológicos a medida que el desarrollo incursiona en sus tumbas y restos. Es crédito del municipio de El Algarrobal, que financió esta obra y apoya al museo en el cual ahora descansan estos restos arqueológicos.