La historia con H archiva entresijos puestos a la sombra por un acontecimiento subsecuente, más posible este de mayor envergadura, de ahí que se explique el por qué se pasan por alto algunos episodios que resultarán claves en el devenir histórico de estas tierras peruanas. Es decir, que estudiamos un pasado que ha partido varios pasos adelante, cuando su gestación data de bastante tiempo atrás.
Centrado en temas históricos desde la ficción novelesca, Miguel Ángel Rodríguez Sosa ha publicado previamente y casi al unísono en 2021: El arriero de Tarapacá y Tiempos de Palais Concert, ambas novelas, bajo el sello editorial de Barba Negra. Esta vez, con guiños a Bildungsroman, en El país que no fue (Barba Negra, 2022), nos presenta a un joven e impetuoso personaje como protagonista –Mariano Rivera–, quien ha sido encomendado en el copiado de epístolas –el scrivener en el Congreso a servicios de Evaristo Sánchez Gómez, diputado y tío suyo, y arequipeño como él–, posición que lo ubica como una puerta batiente que abre y cierra los vaivenes de la política en un país errático en sus intereses comunitarios, aunque al final, lo sabremos, predecible históricamente.
Ahora bien, a guisa de aposición, cabe hacer memoria que ha transcurrido poco más de una década desde proclamada la Independencia del Perú que suena más bien declarativa, quizá porque algunos países latinoamericanos –buena parte–, necesitaron de fechas para estar a tono con el resto de la historia de las otras naciones. Lo curioso es que el sentimiento republicano extendido en la población, según se testimonia en la novela, es muy parecida a la llovizna limeña tenue de invierno: «La proclamación en Arequipa de la independencia me pareció impostada, tal vez farsesca, en el mejor de los casos prematura tomando en cuenta el ánimo conservador y fidelista a la corona de la mayoría de los vecinos de la ciudad.» (p. 16).
En el ambiente confuso de esta suerte de interregno entre los años 36 a 39 del siglo XIX, llamado también “periodo de anarquía”, la Guerra entre Santa Cruz y Salaverry (La Confederación Perú-Boliviana), El país que no fue se detiene para novelar en esta ranura y de inflexión anónima del cual cuarenta años más tarde detonaría en el trauma mayor de la Época Republicana en el Perú: La Guerra del Pacífico; mejor dicho, la guerra por el salitre.
Así, por ejemplo, nos enteramos por voz de Olavo Mendes de Guterres, diplomático lusitano, espía, negociador –no se sabe exactamente qué papel juega, todos a la vez–, que mientras «el Reino Unido iniciaba una relación muy fuerte con Chile, Estados Unidos lo intentaba con Perú».
En sus relaciones sociales –ha tenido un aprendizaje sostenido en política, y sorprende por su juventud–, Mariano Rivera conocerá a Aloysius Gardner, un galés dedicado al negocio de los ultramarinos; a James Griffin, inglés nominal, pues su historia es más bien vista como la de un apátrida, y por tal, se entendería, ubicado en las antípodas de los intereses del Imperio más poderoso de aquella época. En las conversaciones entre Griffin y el narrador protagonista surge un nombre, la: East Indian Company. El panorama geopolítico pintado por este hombre de mar –mestizo, además, como él mismo se describe–, suenan a un redoble de campanas con cuarenta años de anticipación. Prolepsis o flashforward de acontecimientos ulteriores que serán infaustos. Mientras uno arrastra los achaques de una enfermedad –Gardner–, el otro –Grfffin– es vigoroso y hombre de océanos puesto en tierra por diferentes circunstancias, dos figuras opuestas. Sin embargo, las coincidencias de tres personajes de ultramar en la puesta en escena puede que haya sido acto deliberado de Rodríguez Sosa, en el sentido de construcción novelesca, pero también dictada justamente por el mapa político global del siglo XIX.
Por su lenguaje pulcro y mesurado diera la impresión que El país que no fue ha de haber sido escrita en el siglo XIX, testimonio de aquella época. Los largos y narrativos diálogos, de modales solemnes, a las que asiste o es abordado Mariano Rivera sostienen solos la narrativa novelesca. La intriga involuntaria y la tensión están en esas líneas, no necesita de otros agregados, sus mejores páginas se encuentran allí, en la atmósfera de hombres con un pasado de mar a lo Herman Melville. Asimismo, funciona bien la correspondencia con Matías Cano, el primo de Mariano Rivera, a través de este intercambio epistolar los entretelones van tomando detalle. Nos queda picando el diente, eso sí, Teresa, la bella señora de la que Mariano se siente atraído y su fuera de escena repentino, aunque dada esta por circunstancias que llevan a Mariano a tomar otro rumbo.
Mucho se habla de la conflagración de dos mundos radicalmente opuestos entre sí. “Conquista” es el término más suave. “Invasión” sería el que mejor describe los traumas iniciales y las fracturas heredadas desde Pizarro. Pero, si “Conquista” es un anacronismo, una “invención”, ¿qué será “Invasión”? Sobre esto se cuenta un hecho desconocido a voz de uno de los personajes británicos: «La naturaleza regia del Perú es, claro está, anterior a su adquisición por el Imperio Católico; era también imperial. Los monarcas incas regían sobre una vasta federación de reinos. En unas decenas de años, los letrados que llegaron a estas tierras se percataron de esa realidad y obtuvieron de la corona imperial el reconocimiento del Imperio Indiano, que figura en el blasón de Carlos V en 1576, como una de las dos columnas imperiales de los Austrias. […]. Sepa usted que en tiempo reciente el conde de Vistaflorida, José de Baquíjano y Carrillo, nacido en Lima, ha señalado que las Leyes de Indias declaraban que estas tierras no eran colonias sino reinos agregados al de Castilla, proscribiendo que se hable de conquista y que se les llame posesiones coloniales» p.p. 86. 87. Tema para discutirse, abierto a controversia, invitación a acalorados debates.
Nuestro personaje, Mariano Rivera es en cierta forma el Fabricio del Dongo de Stendhal en La Cartuja de Parma –no tan joven y no tan iluso–, pero en este caso no es al Mariscal Ney a quien observa, sino al General William Miller –personaje de ultramar, para variar–. Participa en batalla de manera periférica casi junto a Manué, mulato que conoce en esas travesías. No es un reportero de guerra, o, mejor dicho, es un testigo primerizo al que le tiemblan las manos en el estruendo y el fragor de la batalla que nos da cuenta del baile sincronizado de los bandos donde allá, abajo, se da la masacre.
Pero si los personajes de ultramar resultan llamativos y versados, facundos y locuaces, los nacionales históricos, o connacionales, ejecutan, principalmente. La muerte de Felipe Santiago Salaverry, de quien buena parte de nosotros solo asociamos su nombre a una avenida importante en la capital de la República –fusilado a órdenes de Andrés de Santa Cruz, otro nombre de avenida–, aunque breve la escena, viene a ser una que emana estupor, quizá porque William Miller, el general inglés a órdenes de Santa Cruz, en el valle del Tambo, Arequipa, le ha dado su palabra y garantías que no será ejecutado, pero Santa Cruz, para indignación de Miller, decide lo contrario.
El país que no fue, venida esta recurrencia de hechos es una advertencia, no por un diagnóstico de actores externos que amenazan la actualidad, sino porque sus principales enemigos, ocupados en intrigas, se encuentran dentro de estos márgenes todavía conspirando. Una nación está unida por su lengua –sus lenguas–, por su historia, por sus héroes, por ello quizá su autor, ante esta falta de cohesión nacional, ha declarado que el Perú es un «país que no fue, que no ha sido y que todavía no lo es.»
Muy agradecido por el enjundioso comentario de mi novela. Me halaga que el comentarista encuentre huellas de Melville en páginas del libro y cierto es que quisiera escribir más de ese James Griffin, el apátrida enemigo de los imperios, corsario y navegante.
El libro es, efectivamente, una novela de aprendizaje -bildungsroman- en la que el protagonista aprende de la historia trágica de su país, el Perú, y creo que el lector también aprende de esa narración que es el Perú un país fatigado por un destino adverso debido a sus propios enconos intestinos, y que el gran proyecto de la Confederación Perú-Boliviana es ese país que no fue.