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POSTAL

Por Miguel Donayre Pinedo / Escritor, autor de "Quebradura, breviario fluvial de viajes"

Malvivo en un cuchitril en el centro histórico que solo tiene de histórico el nombre porque las edificaciones de la época del boato han dado paso a las construcciones sin sentido y de gusto discutible. Las licencias de construcción desdibujan el alicaído perfil urbano que está sin norte desde hace lustros porque ni siquiera hay suficientes árboles para estos tiempos donde el calor arrecia con fuerza. Una de las batallas por lo que me aferro aquí es plantar cara a la degradación urbana como los cerros de basura en las esquinas y los nidos de las ratas que se pasean por las calles y que no molestan a nadie. Sí, es una descabellada batalla porque mi exmujer (¡Quédate con tu verraquera!, me reprochaba en las discusiones conyugales), mi familia y los amigos han cogido sus maletas y partieron sin boleto de retorno. La bulla de los tubos de escapes de los motocarros, es la enemiga número uno del sosiego. No te dan tregua, ni una pestañita puedes pegar – he leído con preocupación un artículo científico que dice que este persistente batifondo influye en la vida sexual coincidiendo con los rumores en los mentideros que el índice de los gatillazos ha subido exponencialmente ¿será el crepúsculo del macho tropical? Los humos de las parrilladas y las cumbias con altos decibelios, son otros de los agravios a la larga lista. Las fiestas no tienen horas tope y los borrachos impertinentes tampoco. No hay día sin ruido atronador, parece un taladro que quiere perforar mis tímpanos. Cuando camino por la calle voy con tapones en los oídos, solo me falta el bicornio de Napoleón para que me digan que estoy loco de remate, es mi silenciosa protesta que es tomada con indiferencia; aquí las alegorías no son vistas ni leídas, odian a los poetas. Porque te quejas me increpan los amigos. Tú has elegido vivir en este lugar por tu porfía, a veces, no crean, me quiere vencer la duda por mi decisión. El primer edificio en este país con influencia de Le Corbusier ha sido derribado, era el antiguo Hotel de Turistas, gozaba de su perfil de trazos largos, de tres pisos, de su terraza, salones grandes y su respetable bar; recuerdo que la luna de miel la pasé allí. Hoy, en ese mismo lugar, hay un edificio nuevo y de gusto dudoso, que se ha convertido en uno de los puntos de la algazara y del jolgorio. Mi solicitud para detener su construcción ante el municipio cayó en saco roto, «iluso de tres al cuarto que no crees en el progreso», vociferó la diatriba de un radioperiódico. Una noche un sicario, con acento mejicano, me amenazó: déjate de cojudezas, la próxima te chingamos las piernas. Respiré profundo echando una sonrisa, seguro que me quedaré sin piernas.