Por Joanna Longawa
Niebla, mucha niebla y un gris inmenso que nunca termina. De esta manera, Lima en invierno me dio la bienvenida. Dicen que este fenómeno se debe a que la humedad del Pacífico se condensa directamente sobre la ciudad. Bueno, es así. Lima es la capital del gris, abandonada por el sol, pero llena de sus propios secretos, Ciudad de los Reyes. Cuando llegué desde el pleno verano romano, lo primero que vi fue el distrito de Miraflores, que ocupa el segundo lugar en el índice de desarrollo humano de los distritos peruanos, superado sólo por su vecino, San Isidro. Es curioso que cada distrito de Lima tenga su propio alcalde. Si es bueno o malo, no lo sé, pero sin duda esta meticulosa organización ayuda a mantener las calles muy limpias y más seguras. De hecho, las aceras de Miraflores brillan como las joyas de Swarovski y en cada esquina hay un guardia de seguridad. La denominación del distrito proviene del nombre de un santo, San Miguel de Miraflores. Para entender mejor la etimología, debemos retroceder a la historia colonial del país. En estas tierras, para criar ganado y plantar vegetales necesarios para el sustento de su enorme convento en Lima, la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, los mercedarios españoles solían dividir sus propiedades, dando a cada una de ellas nombres diferentes. Uno de estos pastizales fue bautizado como San Miguel de Miraflores, y es allí donde, a principios del siglo XVII, se trasladaron los primeros «miraflorinos» que vivían ancestralmente en el Malecón Balta, cerca del descenso al mar. Inicialmente, el distrito tomó su nombre de la Cartuja de Miraflores fundada por Juan II en 1442 cerca de la ciudad amurallada de Burgos. Actualmente, Miraflores. Y aquí estoy: de Polonia a Italia, de Italia a Perú.
Sin dudas, después de los restaurantes y las cevicherías, la parte más fuerte de Perú son las cafeterías: Café de Lima, Panadería San Antonio, El Pan de la Chola y muchas otras. Cada día me doy cuenta de que estoy en la tierra de la coca, el chocolate y, sobre todo, del café. Agregaría también las papas, bueno, hay más de tres mil tipos (pero hablaré de eso otro día). Solo recuerdo que la historia del café en Perú se remonta a finales del siglo XVIII, cuando los pioneros europeos llevaron el café al valle de Chanchamayo y, a fines del siglo XIX, el país se convirtió en el mayor exportador mundial, con una producción de mezcla arábica que sigue creciendo constantemente. Abraham Valderomar, un narrador, poeta, periodista, ensayista y dramaturgo peruano considerado el fundador de la vanguardia en Perú, expresó de manera brillante el concepto del café en Lima: «El Perú es Lima, Lima es el jirón de La Unión, el jirón de La Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo». El Palais Concert era el famoso bar en el centro de la capital peruana, ubicado en la esquina del jirón de La Unión, que, al igual que el Antico Caffè Greco de Roma, fue el punto de encuentro de intelectuales, artistas y periodistas en épocas anteriores. Lamentablemente, a lo largo de los años, este lugar ha declinado y en su sótano se instaló la discoteca Cerebro, posteriormente adquirida por Ripley (una empresa chilena), conocida aquí como el centro comercial. Así es la vida. Con el tiempo, los lugares cambian, pero no cambia el café. Los bares siempre han sido puntos importantes en las sociedades y el café sigue siendo el néctar del placer, pero también de la sabiduría y la inspiración de todo el planeta. Así, de hecho, nació este relato: disfrutando cada sorbo de un café peruano llamado María Huallaga en una mañana nublada de agosto, en el invierno peruano, en el distrito de Miraflores, en Lima, La Ciudad de los Reyes.
Sobre la autora
Joanna Longawa es escritora, periodista, traductora, curadora de arte y mánager artística. Graduada en Editorship en la prestigiosa Universidad Jagiellonian de Cracovia (Polonia). Actualmente, vive entre Roma (en Italia desde 2006) y Lima (en Perú desde 2021). Ha publicado Las pruebas de la existencia, su primer libro que es la segunda edición en español de la publicación italiana del 2020 del libro Le prove dell’esistenza, con el que ganó dos premios literarios: el Premio Zurich (Switzerland Literary Prize) y el Premio Especial Profumi D’Autrice (Asociación Cultural Pegasus de Cattolica, Italia).