521 views 7 mins 0 comments

ESPEJISMOS EN LA NADA DE CARLOS ORELLANA

Por Marco Antonio Panduro

Uno de los personajes confiesa que «la realidad y lo fantástico, la realidad y los sueños han terminado por ser una misma cosa estos días”. Y es que, claro, «los sueños, sueños son», porque pareciera que ha sido esa la tarea de Carlos Orellana (Callao, 1950), la de demostrar nada, ni siquiera la lábil frontera entre lo real y lo fantástico, pues, a decir de Roger Caillois, los relatos fantásticos no tienen por objeto acreditar lo oculto y los fantasmas. Lo fantástico se sitúa en plano de la ficción pura.

En Espejismos de la nada (Lluvia Editores, 2022), desde el almácigo realidad, brotan historias de su abono, empero con el crecimiento de la trama, cada historia va adquiriendo ribetes de lo surreal; a veces, oscilaciones entre el ocultismo y la ciencia de lo paranormal. Aunque también, tal como en el exordio lo señala Alberto Alarcón, a la espera de un desenlace rotundo cuando en las últimas páginas, previo a la cimentación de pilares que sostengan su final, tópase el lector con un giro fantástico e inesperado.

El autor de esta reunión de nueve cuentos—muy dado a la pulcritud que se alcanza con la corrección permanente— ha presentado un libro cuidadoso en el lenguaje, sin remilgos ni manierismos, pero dotado por momentos, cuando lo amerita, de halos poéticos. Y es que, más allá de las pocas marcas insertas de estos tiempos antropocénicos y sus celulares y tablets, diera la impresión que es una selección de viejos cuentos; añejos, para ser más exactos.

Quizá porque, en algunos de los cuentos reunidos, pinta un paisaje semiurbano, una urbanidad precaria y de desolación que viene desde esa Lima de los años cincuenta en adelante. «Pero ambos tomaron un microbús que después de una hora de atravesar el infierno urbano, se internó en los cerros que rodeaban Lima» (p.109). 

No pierde de vista la paisajística: […] ahora la irracional expansión de la capital había convertido este paraje solitario en una horrible urbanización que reproducía groseramente la lucha de clases. Así lo definió Estrada al constatar que allí se levantaban, cerca de la playa, lujosas residencias de verano y en los cerros aledaños, varios asentamientos humanos». (p.p. 109, 110).

Y si bien, el autor —debe pensarse en el autor que conviértese en narrador—el autor-narrador tiene las suficientes facultades para mostrar sus credenciales de hombre de mundo y de culturas —el cuento que lleva el título del libro, entre otros, no se circunscribe a espacios del Virú—, se reconoce un poco más el espacio peruano en «Última señal en el cielo», uno de los relatos más logrados.

De hecho, aquellos influjos del entorno, los culturales cercanos y los inmediatos, y de eventos globales que suceden en la juventud son parte de la identidad de quien cuenta ya como narrador. Como el tira y afloja, por ejemplo, entre comunismo y capitalismo, pan de cada día en las décadas 60 y 70. «—¿Como Stalin, Balmaceda? —Deja tus reflejos troskos, compañero, no sabemos cuánto durará esto, pero por algunas radios sabemos que ocurre en todo el mundo. Hay que llevarse bien con él. (p. 86).

Pero, ¿a qué juega el narrador de Espejismos de la nada? En efecto, por longos ratos, cae una atmósfera de distopía en estos cuentos condicionados por la huella de la pandemia, porque la pestilencia funciona como la pandemia, como el virus, como confiesa uno de los personajes (p. 86). «Había escuchado decenas de veces la razón de todo ello: la guerra, la guerra mundial. ¡Qué demonios! Quienes habían tomado casi por asalto el grifo de las primeras horas, esas enloquecidas hormigas que hicieron desaparecer la gasolina, lanzaron los rumores más diversos y acaso disparatados, pero la verdad es que nadie estaba seguro de ninguna versión» (p. 72).

Y una inevitable herencia kafkiana. «Todo Teobaldo debió sentirse un insecto humano (p. 105). Es la costa como escenario, principalmente, pero, además, la descripción etopéyica del personaje en «El hombre que podía volar» es acertadísima: «Los dirigentes sindicales lo buscaban en tipos de huelga para enfrentarlo a las cámaras de televisión. Su pequeño tamaño y carnes magras, su rostro seco y moreno como curtido por un implacable desierto, sus ojos de ratón de pulpería proyectaban una imagen de ofrendas proletaria que conmovía» (p.p. 104, 105).

Están presentes también esas formas dialectales que delatan aún más la espacialidad peruana en, por ejemplo, «Cómete un pancito con su aceituna y tómate un té». Hay tiempo para soltar un leve ramalazo de erotismo y pecaminosidad. «Solo que no aprietes mucho a mi mujer cuando bailes: ella es calentona» (p.19); o: «Más de una vez Andrés había posado sus ojos en ese trasero prominente» (p. 75).

En este clima de otro apocalipsis, de personajes inclinados al ras de las ciencias psíquicas, a veces a algo parecido a la levitación, a los ectoplasmas, y a los sueños premonitorios, provee, Carlos Orellana, de una esmerada selección de cuentos que invitamos a leer.

* * *

Este libro, Espejismos de la nada, de Carlos Orellana, puede adquirirse, en Casatomada Librería & Café, Petit Thouars 3506, San Isidro, Lima-Perú.