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AL PRINCIPIO ERA LA IMAGEN

Por Marco Antonio Panduro / Nacido en Iquitos (1974), autor de APUNTES PERDIDOS. Sus intereses y preocupaciones giran en torno a la literatura, el Arte y el Perú en sí.

Según el Evangelio de Juan: «A principio era la palabra». Pero, desde los inicios de la televisión, debería de leerse: «Al principio era la imagen», afirma Giovanni Sartori con cierta dosis de ironía en su ya célebre HOMO VIDENS, La sociedad teledirigida (1997), libro que trata sobre los efectos de la tecnología audiovisual en la modificación de los hábitos y empobrecimiento del aparato cognoscitivo de los individuos.

Hace unos años un profesor colombiano llegaba a Lima con el propósito de dictar una charla sobre el sentido de criticidad en los adolescentes. La conferencia daba inicio por la tarde de un lunes. Por la mañana tomó desayuno en su hotel. Leyó en los periódicos las mismas noticias y los mismos titulares que venían calcados del diario nodriza, el de mayor circulación nacional. Prendió el televisor, hizo zapping, y le llamó la atención un informe que se repetía en todos los canales.

En otro lado de la ciudad, la escena siguiente acontece a las 7h10 en una sala comedor. Un miembro de una familia –vamos a imaginarnos que es la madre– lleva los utensilios al comedor. El clan está sentado alrededor de la mesa. Desde aquella posición puede verse con claridad las imágenes que salen desde uno de esos enormes televisores de pantallas planas de plasma empotrado en la pared.

Un noticiario, un reportaje sobre los sicarios. En el ecran, a través de las cámaras de video-vigilancia, unos tipos aparecen en escena sobre una moto. Disparos, un muerto. Un asesinato a plena luz del día y en plena vía pública. Se dan a la fuga.

Los miembros de las familias toman desayuno, levantan la taza de café, le dan un sorbo, y miran con atención la secuencia de escenas que termina en el «crimen sangriento» de “un ajuste de cuentas”.

En el vídeo puede apreciarse que el motociclista ralentiza la moto, el otro baja antes que se detenga por completo. Los comensales se han olvidado de mirar el pan con jamón y queso del plato siquiera. Mastican, rumian con la mirada clavada en las imágenes que se repiten una y otra vez. Un tema musical in crescendo, de subgénero slasher, tipo VIERNES 13, es el tapiz sonoro que da más morbo al reportaje, mientras la voz en off repite los mismos adjetivos que deben provocar en la audiencia suspenso, y una cuota de histeria y paranoia colectiva posterior.

El tipo se desliza entre vehículos detenidos por la luz roja. Descarga todo el contenido de la cacerina sobre el conductor de un auto, que ni cuenta se ha dado que ya está en el otro mundo. El sujeto, cubierta la cabeza como su compinche en casco, vuelve a subir a la motocicleta y desaparecen de escena. Es la misma imagen que se replica en la sala comedor de la familia, y en la habitación de hotel del conferencista colombiano.

Ya en un ambiente más distendido –durante una pausa en el conversatorio– hablamos sobre las coincidencias de nuestros países. Nos comentó que la televisión colombiana no era muy buena que digamos, que era mala y decadente, mejor dicho, pero que la peruana le había parecido en verdad «patética».

Giovanni Sartori acuñó el término “vídeo-niño”; es decir, alguien que ha crecido con el televisor al frente, convertido más tarde en un “adulto-sordo” para la lectura. Como el investigador italiano apunta, durante el acto de visualizar una secuencia de imágenes en lugar de darse un proceso de integración y abstracción en el pensamiento lineal en cambio se presenta sustracción de este.

Pero si Sartori era ya escéptico y hasta pesimista sobre los efectos positivos de la televisión en las masas, los estudios de Nicholas Carr en su libro SUPERFICIALES, ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (2010), se encargaron de adherirse a esta tesis, la de la modificación en los procesos cognoscitivos. Ambos coinciden que estos cambios quien mayor detrimento sufre es el hábito de la lectura en los individuos.

Nicholas Carr habla desde su propia experiencia como lector luego de varios años de que haya entrado en su vida un computador. Habla de lo que costaba concentrarse en lecturas de largo aliento cada vez más, de un aprendizaje fragmentado y hasta de una rutina errática.

En contraparte cuenta, además, su experiencia en las bibliotecas: «La mayor parte de mi tiempo transcurrió paseando por los pasillos largos y estrechos de las estanterías. A pesar de estar rodeado de decenas de miles de libros no recuerdo sentir la ansiedad sintomática de lo que hoy llamamos “exceso de información”». El ordenador o computador es ya un contexto social, dice, y existe «un comportamiento compulsivo en los jóvenes». Experimentan «una tremenda ansiedad ante la perspectiva de quedarse descolgados del grupo, […] de volverse invisibles.»

Se salvan los abuelos, y no todos los abuelos. Pero hoy en día, niños, adolescentes, padres, enamorados, novios, recién casados, alrededor de la mesa, “abobadas” las miradas en aquella prótesis actual tan indispensable, tan imprescindible, tan urgente como un respirador artificial… el celular.

Habría que admitir que el “vídeo-niño” de Sartori se ha convertido en el “niño-multimedia” o “niño-cibernético” de Carr. Esto no es novedad y es cotidianidad. Se los ha llamado “nativos digitales”. Solo basta asomar la mirada a través de la vidriera de las pollerías, en la sala de espera de los aeropuertos, al interior de los buses interprovinciales, en cualquier lugar, niños y no tan niños pegados a la pantalla de un celular, algo parecido a lo que Sartori llamó a la televisión como el sustituto de la “baby sitter”, o el reemplazo de la nana, si se quiere en peruano.

Sin embargo, no es precisamente que el Internet haya desbancado en su totalidad a la televisión. Puede ser un poco peor. Cada vez más el Facebook, YouTube, Instagram, Twitter ocupan más tiempo en nuestras vidas, y una vez liberados de la carga socio-virtual de estas, seguidamente pasamos a la televisión. Ambas se han infiltrado en nuestras vidas, en nuestro tiempo libre, en nuestra vida útil que se vuelve inútil, una con mayor preponderancia más que la otra.

Y esto tiene como consecuencia una sociedad que, si antes no leía, ahora tiene la ocupación perfecta para eludir la lectura, porque en el Internet está todo. Está toda la información que te sirve para mantener una conversación de momento pero que no recuerdas mañana. Pero no solo se «cinturea» una actividad que demanda cierta disciplina y determinación, sino el mismo acto del habla entre individuos ha sido desplazado.

En SUPERFICIALES, Carr despliega información abundante de estudios que rebaten la optimista afirmación que las herramientas digitales nos estén haciendo más inteligentes, en razón al aumento del coeficiente intelectual de la especie con el correr de las décadas. En simple, es como preparase para un examen de admisión. A mayor adiestramiento, mejores resultados.

Entre 1992 al 2005, según el Departamento de Educación estadounidense, la aptitud para la lectura literaria sufrió un descenso de doce puntos porcentuales en los estudiantes de décimo segundo grado.

La gente lee a través de la pantalla del computador, pero esta es una lectura somera –meros decodificadores de la información, a decir de Carr–, de pensamiento apresurado, distraído y superficial. También hay mella en la lectura crítica porque no hay análisis detenido, y porque su contrario; o sea, la lectura profunda equivale a tener un pensamiento profundo. Y para llegar a un pensamiento profundo, «la mente del lector debe ser una mente en calma y no en ebullición», justamente el estado en que se encuentra una mente que navega horas tras horas en los hipertextos de la Web, lo que provoca el “estado de distracción irreflexiva”.

De todas formas, un dato positivo es que la navegación en Internet puede ayudar a las personas mayores a mantener la agudeza de sus mentes, esto en razón al dinamismo de pasar de una pestaña a otra.

Un detalle más, Nicholas Carr resalta, y suena paradójico, que la red atraiga nuestra atención, pero solo para distraerla. Normalmente, tiempo y distancia nos dan una mejor perspectiva para resolver un problema. En la Web, las interrupciones de atención, al pasar de una pestaña a otra, pueden dar a nuestra mente inconsciente respiro para lidiar con un problema. Algo así –claro que en menor medida– como “consultar con la almohada”, tiempo en el que el subconsciente trabaja, pero para que se dé este proceso de “mediación inconsciente”, como dice Marcusse, previamente debe de haber un objetivo intelectual concreto. Y normalmente en ese tipo de momentos nos encontramos en un estado de distracción y de erratismo.

Por otra parte, Sartori cree que con los diplomas educativos hemos fabricado una “Lumpenintelligentsia” (entiéndase “intelligentsia” al conjunto de intelectuales de una sociedad), «un proletariado intelectual sin ninguna consistencia intelectual». Paul Valery escribió en los umbrales del siglo pasado que las diplomas (títulos de grado) jugaban en contra de la cultura por la razón elemental que importaba más obtener el diploma a cualquier costo que adquirir un saber.

«¿Es mejor que todos seamos incultos a que haya unos pocos cultos? ¿Queremos una cultura en la que nadie sepa nada? En definitiva, si el maestro sabe más que el alumno, ¿debemos matar al maestro?», se pregunta Sartori en respuesta a los detractores que tildaban su posición de «elitista».

Ahora, si usted ha llegado hasta aquí y está terminando de leer las líneas de este artículo, seguramente lo está haciendo a través de un medio digital, y esto también es una paradoja. Sobre esto, Chomsky sostiene que las tecnologías son neutras, depende del uso que les demos.

Y en tanto que el deterioro climático sea irreversible, mientras nuestra línea de consumismo sea compulsiva, o se presente una Tercera Guerra Mundial, o haya un cataclismo de proporciones apocalípticas, y si sobrevivimos a estos dos eventos, y que las batallas de una Cuarta Guerra Mundial tengan que librarse con piedras y guaracas –como vaticinó Einstein–, entonces las piedras como los libros serán nuestras herramientas que no requieran recargarse.