LA ÚLTIMA CAUSA NOBLE

In Sociedad & Política
enero 08, 2023
POR MIGUEL ÁNGEL RODRÍGUEZ SOSA / Miguel Ángel Rodríguez Sosa (Arequipa, Perú, 1952) / Autor de ensayos, artículos de opinión, narraciones y novelas.

Hubo tiempos en que caminaron juntas sobre la faz de la ancha tierra la decencia, el sentido de la justicia y la empatía. La última vez fue hace casi un siglo: viajaron desde todos los confines hacia España. Era 1936 y había que defender la República conquistada por el pueblo a los señoritos y dueños de los productos del sudor de los trabajadores. La República devino en revolución y fue en ese escenario convulso que se desarrolló la gran tragedia: la última causa noble de la humanidad.

Los españoles que enarbolaron su dignidad y se hicieron respetar rechazando la humillación degradante de ser explotados y oprimidos, acogieron en el país a los llegados con la decencia en la mirada y en el corazón el sentimiento de afecto por los otros, aquellos locales cuya perspectiva compartían. A todos los distinguía la conciencia de que la justicia es redistributiva: del poder, de la riqueza, y que solo con la justicia se conquista la libertad.

La idea revolucionaria era anterior a la República y cierto es que contribuyó a debilitar el frente de sus fuerzas. Pero solo se diseminó a partir del golpe de estado de los militares que provocó el surgimiento de “las dos Españas”: la republicana y la “nacional” y de allí sin transición la guerra civil.

Llegaron de julio a octubre de 1936 en grupos crecientes. Los primeros eran deportistas comunistas y aliados que serían participantes en los “Juegos Olímpicos Populares” que iban a tener lugar en Barcelona como réplica a los programados para agosto por Hitler en Berlín. A esos se unieron los primeros voluntarios que empezaron a cruzar los Pirineos; algunos de estos marcharon a la retoma de Mallorca, otros se unieron a las milicias de la FAI anarquista en Cataluña o del filo-trostkista POUM en Aragón y los hubo que pasaron por Irún para luchar de inmediato contra las tropas del general Mola. En Madrid, extranjeros se sumaron a las milicias del partido comunista y al afamado Quinto Regimiento apoyado por Stalin a través del Socorro Rojo Internacional y otras agencias soviéticas.

La marea de gentes que arribó a España para combatir a “los nacionales” fascistas, monarquistas y republicanos conservadores de derechas era variopinta. Militantes de partidos comunistas y socialistas, activistas de izquierdas, liberales simpatizantes de la causa republicana; profesionales, estudiantes, intelectuales, obreros y otros trabajadores, marinos y ex soldados veteranos de la Gran Guerra; también vagabundos y aventureros atraídos por el ambiente o por la paga ofrecida de diez pesetas de sueldo diario (un obrero español ganaba entonces en promedio unas cuatro pesetas al día). Procedían de 54 países del globo, la mayor parte europeos: unos diez mil franceses; italianos, húngaros y alemanes que habían combatido al fascismo en sus naciones; polacos, búlgaros, checos, letones, ingleses, galeses e irlandeses; un buen número de estadounidenses, canadienses, cubanos, unos cuantos suramericanos, algunos magrebíes y hasta dos vietnamitas y un japonés.

«…también vagabundos y aventureros atraídos por el ambiente o por la paga ofrecida de diez pesetas de sueldo diario (un obrero español ganaba entonces en promedio unas cuatro pesetas al día).»

Todos los llegados, que sumaron tal vez 35.000 (según estudios recientes), alegaron que era su intención contribuir combatiendo para evitar que a partir de España el fascismo se extendiera sobre Europa. Aunque nunca participaron en acciones militares más de unos 20.000, pagaron un alto precio por su entrega pues murieron aproximadamente unos 10.000 en combate. El suyo fue un aporte heroico y sacrificado y su alegato antifascista era veraz pero también justificatorio, porque, hay que decir, en esos tiempos el idealismo no estaba reñido con el desempleo muy elevado a consecuencia de la crisis económica de 1929. Una buena parte de estos voluntarios era alérgica a la disciplina, a todo lo que oliera a castrense, muy aficionados al alcohol, a liarse a golpes e irse de putas. Y entonces España bien que se prestaba para eso.

De alguna manera se consiguió encuadrarlos en unidades numeradas desde la XI Brigada (porque el ejército republicano tenía diez brigadas) compuestas por tres o cuatro batallones (y no por seis que era la norma del ejército regular) y con menos de los 750 hombres formalmente requeridos. Se trató de juntar efectivos por afinidad lingüística y así hubo en la Brigada XI el Batallón Edgar André, alemán; el Batallón Commune de París, francés; el Batallón Dabrowski de polacos, húngaros y uruguayos; el Batallón Garibaldi, de italianos. Otras brigadas eran también plurilingüisticas, como la Brigada XIII integrada por franceses y belgas, polacos, ucranianos y balcánicos; la Brigada XIV compuesta por franceses, españoles y portugueses; y la Brigada XV integrada por batallones de rusos, yugoeslavos y húngaros, de británicos, estadounidenses (los batallones Abraham Lincoln, Washington, Mackenzie-Papineau), irlandeses, canadienses, cubanos, argentinos (entre ellos el afamado anarquista “expropiador” Simón Radowitzky) y mexicanos (cuerpo Benito Juárez y guerrilla independiente Pancho Villa).

Los peruanos no estuvieron ausentes en las brigadas. Se puede mencionar a Ernesto Bernales Sánchez que fuera militante aprista, a José Dhaga del Castillo radiólogo de profesión, Julio Gálvez Orrego, Bernardo García Oquendo que fuera antes secretario particular de Haya de la Torre y alcanzó el grado de capitán en las milicias republicanas; Roberto Luna Rubiños médico comunista, Clemente Montenegro Fernández, Juan Luis Velásquez poeta que transitó del aprismo al trostskismo, como José Briones médico del POUM en el frente de Aragón, Liberato Valve Nasal nacido en Iquitos y afiliado a la CNT anarco-sindicalista; uno de  ascendencia china llamado Wing y otro de apellido Torres que fue aviador militar y después se sumó a las fuerzas del general inglés Montgomery luchando contra los alemanes en el norte de África. Los peruanos pueden haber sido entre 40 y un centenar según fuentes distintas.

Conforme transcurría la guerra civil la estructura de las brigadas internacionales de esos voluntarios se desdibujaba y así en 1937 aparece una Brigada CXXIX de yugoeslavos, búlgaros y checos que se habían apartado (o habían sido apartados) de otras formaciones, y hasta la Brigada CL formada por polacos y húngaros.

En realidad, el número de las Brigadas Internacionales –que así se les llamó– era impreciso (llegaron a ser siete) y respondía a propósitos de propaganda que resaltaba los contingentes propiamente comunistas como la Quinta Brigada (Brigada XV) comandada por oficiales comunistas extranjeros y exiliados en Moscú, algunos desde la guerra civil que sucedió a la revolución de octubre, de quienes Stalin se liberó enviándolos a España: llegaron a ser unos 600. La Quinta Brigada celebrada en la popular canción “¡Ay Carmela!”: “Viva la quinta brigada / Rumba, la rumba, la rumba, la / Que nos cubrirá de glorias / Ay, Carmela, ay, Carmela // Luchamos contra los moros / Rumba, la rumba, la rumba, la / Mercenarios y fascistas / Ay, Carmela, ay, Carmela (…)”. La canción tuvo diferentes versiones. Esta es la de Rolando Alarcón; hay otras, de Francesc Pi de la Serra y de Paco Ibáñez.

De fines de 1937 a inicios de 1938 las brigadas internacionales combatieron y se desangraron en la batalla de Teruel ganada a los “nacionales” y muy pronto perdida tras la contraofensiva del Singra. Su lucha prosiguió en la batalla del Ebro, la más sangrienta de la guerra civil, de julio a noviembre de 1938, en la que participaron las brigadas XI, XIII y XV en la 35ava. División Internacional del XV Cuerpo de Ejército; las brigadas XII, XIV y CXXIX encuadradas en la 45ava. División del V Cuerpo de Ejército al mando del teniente coronel comunista Enrique Lister. Otras brigadas internacionales fueron incorporadas a la 46ava. División al mando del mayor también comunista Valentín Gonzáles “El Campesino”, y al XVIII Cuerpo de Ejército integrado básicamente por milicias.

La batalla del Ebro, que se inició con la ofensiva republicana cruzando el río afrontó pronto problemas logísticos y de organización de las fuerzas en medio de combates encarnizados y contra-ofensivas “nacionales”. Una epopeya brillantemente narrada por Arturo Pérez-Reverte en su novela “Línea de Fuego”. Casi al llegar el invierno el gobierno republicano de Negrín propuso ante la Sociedad de Naciones el retiro unilateral de las brigadas internacionales, ya muy mermadas. Se apartaron de los frentes de combate con la dignidad íntegra y el duelo en los corazones, habiendo perdido la mitad de sus efectivos.

Una parte de los combatientes internacionales pudo retornar organizados a sus países de origen, otra parte logró salir de España por sus propios medios y como pudieron consiguiendo cruzar la frontera francesa de los Pirineos cerrada e incluso cuando ya se había desatado la Segunda Guerra Mundial y en Francia fueron internados en campos; otros no tuvieron país al que pudieran regresar y su rastro se pierde en las guerrillas españolas de la posguerra civil y en el maquis francés. La batalla del Ebro decidió el fin de la guerra civil, cayó Cataluña y los “nacionales” se alzaron con el triunfo el 1 de abril de 1939. La aventura había terminado.

Un punto aparte merece la mención de las mujeres en las brigadas internacionales, algunas memorables como Felicia Browne, Fanny Edelmann, Milka Feldman, Tina Modotti, Elisabeta Párshina, Salaria Kea O’Reilly, Adelina Kondrátieva y Lise Rocol. Muchas tuvieron que soportar el machismo imperante y el acoso de los comunistas que querían negarles el estatus de combatientes –que sí aceptaban los anarquistas– y proponían relegarlas a las cocinas y tareas auxiliares.

Otras historias son las ocurridas en las propias líneas republicanas. Estas, pudorosamente veladas por la narrativa oficial que edificó con éxito el comunismo estalinista. Como la de las rebeliones de brigadistas anarquistas y trotskistas contra los comisarios políticos impuestos por el PC y el PSOE españoles, y el PSUC catalán, que intentaron someter por el terror a quienes consideraban adversarios ideológicos, principalmente trotskistas, a los que tildaron de espías y “quinta columnistas”. En eso destacó el comunista francés André Marty apodado por sus víctimas “el carnicero de Albacete”, el máximo responsable de las brigadas en 1938 que expresaba con disparos en la nuca o pelotones de fusilamiento su paranoia estalinista. Hubo luchas en esos episodios de disidencia, como las presentadas en la muy buena película “Tierra y Libertad” (1995) de Ken Loach. Hubo también los oscuros episodios de las chekas prácticamente en todas las facciones, que secuestraban y asesinaban sin más adversarios probados o supuestos, incluso rivales como en Cataluña y Aragón, incluso en Madrid donde un medio centenar de chekas estaban bajo control del PSOE y en esas destacó la diputada del partido Margarita Nelken, implicada en asesinatos de decenas o centenas de presos políticos bajo la protección de Francisco Largo Caballero, del PSOE, entonces primer ministro del gobierno Negrín y quien defendió las “evacuaciones” de presos que eran extraídos de las prisiones republicanas para ser asesinados y enterrados en fosas clandestinas. Ahora, en este siglo XXI la memoria de Largo Caballero es resaltada por el socialismo español y en Madrid hay una calle que lleva el nombre de Margarita Nelken.

A estas alturas debe quedarle claro al lector que la gesta de la Última Causa Noble en el siglo XX es la historia de una revolución que, como siempre sucede, nunca las ganan quienes las hacen luchando y con su sangre sino otros; y cuando las pierden pues mueren nomás, se les pretende olvidar o –peor todavía– falsificar o reescribir su participación, como en la revolución y la guerra civil en España.

«A esta narración aplican las líneas del poema de Jaime Gil de Biedma (de sus “Poemas póstumos”, 1966, México) que dice: De todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España, porque termina mal

No huelga mencionar que la aventura de los combatientes internacionales en España fue de muchas maneras un auténtico despelote romántico de quienes apenas podían entenderse entre ellos y con los nativos, al punto que en respuesta a una comunicación de envío urgente de granadas en el Ebro recibieron un vagón de tren cargado de esas frutas. Mal equipados, lejos de sus hogares y sin relaciones familiares soportaron la fatalidad que hoy les merece algunos monumentos y conmemoraciones más bien fuera de España.

Otras memorias abordan la travesía de las Brigadas Internacionales, en las obras de escritores como Ernest Hemingway (“Por quién doblan las campanas”) y George Orwell (“Homenaje a Cataluña”), autores que fueron testigos directos de la guerra civil pero que no se encuadraron como combatientes. Hay otras memorias, como las del húngaro Endre Ernő Friedmann, conocido como Robert Capa, famoso fotógrafo de guerra muerto en Vietnam en 1954. A mí me gusta, entre otras como “Tierra y Libertad” de Loach o “Libertarias” (1996) de Vicente Aranda, la película “Hemingway & Gellhorn” (2012) de Philip Kaufman, que veo tantas veces como sea posible. Buena historia dramática de amor y guerra.

Los portadores de la decencia, la justicia y la empatía fueron derrotados y apenas cuentan en párrafos sueltos de la posverdad armada luego por los que quieren apropiarse de la gloria y el sacrificio ajenos. A esta narración aplican las líneas del poema de Jaime Gil de Biedma (de sus “Poemas póstumos”, 1966, México) que dice: “De todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España, porque termina mal” y era una verdad entonces.