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«EL PORDIOSERO DE LA FORTUNA»

Por Marco Antonio Panduro

En casi tres décadas de trabajo sostenido, Percy Vilchez Vela (Panguana, 1960) publicó su primer poemario, El Andante de Yarinacocha (1994). Luego editó el libro de ensayo El Linaje de los orígenes, historia desconocida de los Iquito. Posteriormente el libro de cuentos Inquilinos de las sombras, las novelas Obsesión por Ofelia y La comedia de las armas, entre otros títulos.

Cabe resaltar que además de pertenecer al grupo poético literario Urcututu, cuyos demás integrantes (Ana Valera y Carlos Reyes) han recibido el Premio Copé de Oro en poesía, Percy Vílchez ha sido finalista de la edición de cuentos COPÉ 1994, con el notable Suplicio en Rávena.

El pordiosero de la fortuna (Tierra Nueva, 2014) va entre libro que ha reunido ensayos en torno a la figura de Julio César Arana, crónica recopilatoria, y el de un recuerdo muy tenue, pero seminal, en lo que será la final vocación de Percy Vílchez, acontecida durante su infancia. Un nombre aparece: Lindaura Mori, la tía Lindaura Mori, la primera víctima del caucho que conoció. Y es desde donde se comienza a hilar el hilo de la madeja narrativa.

Además de referir de manera más accesible, dirigido a un público más amplio o menos especializado al de etnólogos, historiadores y antropólogos, la carga valorativa de El pordiosero de la fortuna hállase en otra utilidad: su ilustración como línea de tiempo.

El Sahara y el Amazonas por muy diferentes que se vean estos ecosistemas se encuentran entrelazados, pese a su aparente distancia y desconexión. En verdad, no hay proceso climático que sea autónomo en el planeta. En este necesario repaso histórico, episodios del mundo que son traídos de vuelta a este libro desde mediados del siglo XIX, los cuales han repercutido ineludiblemente sobre estas coordenadas. Es decir, ni el acontecer local ha sido una isla, ni los acontecimientos impulsados a partir de la segunda etapa de la Revolución Industrial que tenían lugar Europa dejaron de tener efecto colateral por estas latitudes.

Esta incidencia se dio asimismo, como es de suponer, en el plano nacional. Ahora, habría que preguntarse sobre la preponderancia de estos dos planos. Pero es llamativo inferir de que la selva, al menos la que pertenece al de nuestro país, haya estado más ligada a los poderes extranjeros en instancias primeras, para luego, una vez puestas el en el centro del escenario, los poderes fácticos fijaran recién su atención en estos territorios. Sea nacional o externo el plano en el que nos cifremos, la gravitación, ha sido de arriba hacia abajo, unilateral.

Así, el lector puede ir enterándose, casi de manera sincrónica, del desarrollo de este episodio indesligable a la historia de Iquitos, de Loreto, de la Amazonia peruana, de la Amazonía en amplia cartografía. Es evidente quien ocupa el primer plano en este teatro de operaciones y sobre los que giran los planetas será Julio César Arana. Pues como señala su autor, este libro «trata de historiar los episodios más resaltantes de la ruina del barón del caucho selvático […], porque es tan solo un momento, el instante brutal, de su existencia azarosa que nos sirve como un espejo que refleja algunos hechos cruciales del caucho y sus ramificaciones insospechadas». (p. 11)

Julio César Arana, principal explotador de caucho en La Chorrera.

No obstante, no puede ser encasillado en sentido estricto como un ensayo. A Percy Vílchez le ha ganado esa cuota de fabulador, lo que lo vuelve narrativamente más dinámico, y se ha despachado con varios adjetivos, y a quien le cae a gusto hacer uso de numerosos epítetos. Por ratos se pone en los zapatos de los viajeros –como el caso de Manuel Ijurra–, cual narrador omnisciente que explora, como al mismo tiempo el lector puede formar parte de sus pensamientos:

«El espíritu de aventura ardía en él con sus episodios de buenos vientos, de tonificante cambio de paisaje, de encuentro del progreso personal. El paisaje costeño iba en su memoria como algo natural que no necesitaba describir ni trasladar al silencio del papel. Pero llevaba al rugiente y alborotador río Rímac, en tiempo de creciente, y a otros ríos costeños que conocía, como el Lambayeque, el Eten, el Palca, como modelos de la legión de riachuelos que encontraría», p. 96.

Hechos desconocidos dispuestos en capítulos que Percy Vílchez subraya, pues su búsqueda pareciera haber tenido fines reivindicativos, ir a contracorriente en medio del cauce del río torrentoso. Así, uno de los ejes en los que se mueven los capítulos es la muestra de datos que han quedado en el silencio concertado, arrinconadas en la sombra convenida de la oficial narrativa impuesta, o quizá por la ignorancia misma de la formación eurocentrista que llevamos. Léase el párrafo siguiente:

«Las pelotas contempladas por Colón, el uso de la tapotarana por parte de los Omagua, las incipientes hormas y la fabricación artesanal de ponchos en los fundos gomeros, fundan otra visión de la biografía del caucho, la visión desde el interior de la fronda, desde la tecnología propia. Y, por supuesto, vuelven más compleja la historia de ese don natural. Ese aporte primero, el de la conversión oriunda, ha sido ignorada hasta ahora. Los estudios publicados insisten en las jornadas de extracción en bruto de esa savia, de la venta de la materia prima, en la ausencia del famoso valor agregado, como una redundancia del modelo tradicional del ciclismo de los dones del bosque. No está mal ese punto de punto de vista, ese ángulo de aproximación. Pero es insuficiente porque oculta una parte de la historia real de esa savia. Detenida en fechas claves, en referencias a personajes conocidos, en episodios de violencia inusitada, en ruinas más que elocuentes, esa versión comienza la historia de la goma en otra parte, olvidando que, antes que nada, antes del estallido de esa época infausta, el caucho fue utilizado localmente para la elaboración de objetos distintos a los neumáticos. El impulso a la industria automotriz estalló después» (p.p. 62, 63).

En los capítulos sucesivos, desfilarán nombres que se asocian a la manufactura tales como Enrique Trimen, La Condamine, Joseph Priestley, Charles Macintosh y Charles Goodyear, personajes ligados al tratamiento y evolución del caucho a lo largo de la Historia; y uno de estos apartados está dedicado a una revisión de contraste donde figuran nombres como Cristóbal Maldonado, Francisco de Orellana y el dominico Gaspar de Carvajal. El binomio de nombres conquistadores-misioneros es indesligable.

Vílchez Vela interpela el presente de un Iquitos que en algún momento se ubicó como el segundo exportador de la goma, puesto que ese pasado, en el sentido histórico, no es un capítulo cerrado. Un ejemplo que se contrapone a la tendencia –sin que fuera su propósito, creemos–, es el diagnóstico de un pasado que no ha sufrido de cambios sustanciales. Las líneas citadas en relación a los intentos del presente por parte de la intelligentzia peruana en hacer ver, a quienes llevan las riendas de los negocios en Perú, de que es crucial cambiar la mentalidad extractivista.

«En 1889 el señor Antonio José de Freitas […] trató de poner su grano de arena en el asunto gomero. Así, completo de entusiasmo, desbordado por la ilusión de mejorar las condiciones de la industria de explotación de ese recurso, se presentó al prefecto de Loreto de entonces. En la audiencia concedida solicitó privilegio para implantar un procedimiento de preparación del caucho, inventado por él. Desde luego, nadie le hizo el menor caso». (p. 64)

«En el Perú jamás van a cambiar las cosas si no desaparecen los caudillos (porque no admite ni pares ni sucesores)» es el mal augurio de Percy Vílchez, coincidencia de fondo a uno de los memorables discursos de González Prada: «Con las muchedumbres libres aunque indisciplinadas de la Revolución, Francia marchó a la victoria; con los ejércitos de indios disciplinados y sin libertad el Perú irá siempre a la derrota».

Poco se sabe del final de Arana, en el sentido comparativo que se habla a raudales sobre sus atrocidades cometidas. Vílchez, en el último capítulo, se muestra más condescendiente, adopta un corte más reflexivo y contemplativo. La narrativa ficcional de cronista se impone en el presente con miras puestas en el pasado. Y es donde mejor se lee El pordiosero de la fortuna –al menos a nuestro gusto.

Arana, el todopoderoso barón del caucho es un hombre, pero más allá del hombre viejo, lo que resalta es el paralelismo entre la tía Lindaura Mori, traída de vuelta desde las páginas iniciales de este libro, a quien ubica en la misma condición a la de Arana, o al revés, es Arana a quien se le ubica en la misma dimensión a la de la tía Lindaura Mori; quizá desposeídos ya en el umbral de la vida de los ornamentos, porque la muerte, efectivamente, es la gran niveladora. Mas el poeta hace un recorrido, en atmósfera de calzadas húmedas y niebla invernal, entre mausoleos y criptas en el Presbítero Maestro, en Lima, y devela empero que «En el Perú de siempre, entonces, la muerte no fomenta la igualdad en el más allá, en el descanso perpetuo, sino que prolonga las desigualdades» (p. 267). Pues, como dice, la muerte también tiene sus estratificaciones y solo es niveladora entre iguales. Arana nunca ha sido igual en las clases dominantes de esa Lima de prosapia.

Es el momento de gran reflexión de poeta. Se ha dado inicio al paralelo entre el Presbítero Matías Maestro y el cementerio de una aldea en la ribera. Hay que dejarlo que se luzca: El panteón de Panguana […] era más vital y lo que menos aparecía era la imagen de la muerte. La imagen de un lugar para comer frutas, perdura en mi memoria a través de los años. […]. La sencillez rural de ese panteón revelaba una mejor relación entre los vivos y los muertos, una relación ajena al drama. Así la muerte era solo un mal momento, un mal paso. Ese cementerio crecía con nuevos inquilinos, pero no envejecía. No se arruinaba ni despertaba esa nociva sensación de desolación absoluta. Era hasta un consuelo imaginar el reposo perpetuo en ese lugar del campo», (p. 266).

Según palabras de Vílchez, el barón cauchero estableció lazos sociales y económicos en Europa. Un detalle que resalta y que hace bien en mostrar es que «Esa intromisión en Lima a una edad tardía bien pudo convertirse en un factor en contra, en un factor para su asilamiento, su soledad y su derrota posterior. No hizo carrera ante los ojos de los que tenían el poder. Era un forastero, un provinciano, un advenedizo, de todas maneras. No tuvo tiempo ni la vocación de aliarse de veras con los otros. La facción, el clan, la panaca, deciden tantas cosas en este país, y el cauchero no alcanzó, a la hora de la verdad, a pertenecer a cualquiera de las cofradías vigentes que gobernaban por entonces». (p. 268).

Algo los emparenta. La tía Lindaura Mori es una víctima del caucho. Julio C. Arana ha sido el victimario. Es evidente que se ubican en terrenos opuestos, contrarios. Mas al final de los días ambos han nacido en la periferia. La tía permaneció en su lugar de siempre (Panguana) y el riojano tentó pertenecer a un círculo del que siempre fue un provinciano, un selvático, después de todo. La argolla, el cogollo, la panaca, desde los tiempos virreinales y desde antes, en la Lima de las tapadas, prefería mirar a los suyos.

One comment on “«EL PORDIOSERO DE LA FORTUNA»
    Miguel Ángel Rodríguez Sosa

    Julio César Arana del Águila fue un riojano emprendedor que murió el año que yo nací. Durante la primera mitad de mi vida fui informado de los «crímenes del Putumayo» y acerca de los horrores en la explotación del caucho en la Amazonia, en los que ciertamente Arana tenía responsabilidad. Pero fue calumniado con una frondosa campaña pagada por interese adversarios colombianos, británicos y otros, acusado prácticamente de genocida, lo que es una exageración. Lo que destaca Marco Antonio Panduro del cauchero auténtico selfmade man es la exclusión social de la que Arana fue objeto por la sociedad limeña, tal vez en parte causada por la envidia a quien tenía un palacete en Londres pero no provenía de los tradicionales «hijos del país» criollo. Por otra parte, cabe resaltar la defensa de Arana de la integridad territorial del Perú al norte del río Putumayo, que no pudo ser mantenido y cedió ante el tratado Salomón-Lozano, una exigencia del realismo geopolítico.

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